viernes, 16 de septiembre de 2011

El zaino y el forastero

En la estancia "El Cimarrón",
un día a la tardecita,
cuando ya la torcacita
busca el monte en la ocasión;
un tal Jacinto Verón
llegó a la estancia ese día,
un zaino pampa traía
para lucir su recao,
con las borlas del bocao
como peliando venía.

Lo recibió el encargao
y él dijo: -"Busco una changa".
-"Casualmente, hoy en la manga
un lote hemos encerrao.
Está todo preparao,
La yerra recién empieza,
si le gusta la changa esa
ya puede desensillar;
mañana lo he de probar
volteando de la cabeza.

Al otro día temprano
lo encararon al mamón,
había echo yunta Verón
con un puestero entrerriano.
Los dos eran muy baqueanos,
sabían voltear a uña
y el encargao don Acuña
les dijo que habían quedao
diez grandotes encerraos
pa juntarles las pezuñas.

Armaron los seis puesteros
y de a uno iban largando,
con tres rollos, esperando,
bien parao el forastero.
Bufando el primer ternero
sintió la yapa hasta el pecho
y en un callejón estrecho,
volcando como se debe
de los diez, les voltió nueve
de reves y de derecho.

Y después de demostrar
cualidades de campero,
le ofrecieron de puestero
y chúcaros pa amansar.
Terminó por aceptar
y puso una condición
"que no es tapa ni galpón
porque simplemente quiero
echar a mejor potrero
a mi zaino redomón".

Y un domingo en la chumbeada
de sortijas y cuadreras,
donde la familia entera
va a ver la depositada;
donde una yegua mentada
le da el corte en la ocasión,
al zaino del "Cimarrón"
que sin pegarle un azote
la tapó con los cascotes
con la monta de Verón.

Invicto lo retiró
después de treinta carreras,
y en otras fiestas camperas
mil veces apadrinó.
Todo el pago lo admiró
al pingo por su prestancia,
al hombre por su elegancia
y la peonada decía:
que los dos serían un día
las reliquias de la estancia.

Pero al morir el patrón,
llegaron los herederos,
y por nada: lo campero,
le gustó a la sucesión;
al escritorio, Verón,
pasó junto a los mensuales
-"No me gustan los cardales",
dijo el rico: -"hay que sembrar,
sino tendrán que marchar
junto con sus animales".

Y el que tanto trabajó
sin temerle a las heladas,
que tantas huellas marcadas
en su rostro le dejó;
educado respondió:
-"Soy fiel a mi convicción,
por eso me voy patrón,
nada me puede cambiar",
al tranco se fue a ensillar
en la puerta del galpón.

Igual que cuando llegó,
se marchó una tardecita,
y otra vez la torcacita
camino al monte voló.
Y todo el pago observó
pasar esa criolla estampa
hombre legal y sin trampa
se iba del "Cimarrón",
un tal Jacinto Verón
en un viejo zaino pampa.

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