martes, 6 de septiembre de 2011

A mi viejo doradillo


Al verte triste, amacetado y viejo,
cierro los ojos, doradillo mío:
y veo en mi alma, como en un espejo
de sus jornadas el pasado brío.
Veo las horas de su tiempo mozo
cuando en el lomo te ceñía el apero
y por el gusto de ponerte brioso
con las espuelas te pinchaba el cuero.

Veo el boliche de pared muy ancha
hecha de paja y de adobe crudo;
veo las huellas de la vieja cancha
donde ninguno derrotarte pudo.
Veo la china de mirada viva
como ninguna para mí bonita;
la que al principio se mostraba esquiva
y que más tarde se entregó solita.

Ni por el tiempo al recordar me canso
-que ante tus ojos y el favor de Dios-
le dije; suba, que aunque brioso, es manso
y desde entonces, te montamos dos.
Pero... la china de los ojos magos
que enrojecida te montó esa vez
está probando los primeros tragos
del reuma infame que nos trae la vejez.

Y, aquél apero, que produjo antojos
en otros tiempos de placer y amor;
está empañado como nuestros ojos,
un moho verde le quitó el fulgor.
Tu pobre dueño que partió contigo
el mismo poncho, y hasta el mismo pan
denota triste, que le falta abrigo
porque las fuerzas y el calor se van...

Somos lo mismo que las viejas cajas
que son recuerdos del hermoso ayer;
que no guardaron ni caudal, ni alhajas
sino las cartas del mayor querer.
Y con el tiempo nos pondrán en cajas
cuando nos lleven al helado Edén;
tu cuero alcanza para dos mortajas,
la china y yo, nos taparemos bien.

No hay comentarios: