martes, 6 de septiembre de 2011

Al Gato y al Mancha y a Aimé Tschiffely

(El criollo que nos ha honrado con su soberbio raid ecuestre)
Entre muchos recuerdos, que nos quedan del tiempo
cuando vino a esta tierra el soldado español;
hay un algo que nunca dejará de ser digno
de respeto y aprecio por su justo valor.
Son aquellos caballos que por ser los primeros
que pisaron la tierra del solar querandí,
nos trajeron la rama de los pingos heroicos
que llevaron las tropas del genial San Martín.

Y pasadas las horas de conquistas gloriosas
cuando todos juraron la concordia y la paz,
esos pingos volvieron a los lares nativos,
a prestar sus servicios en la vida rural.
Esos fueron los criollos, los de origen y tipo
y colores variados, del caballo andaluz;
que pararon rodeos y cruzaron galeras
en las vírgenes pampas de las tierras del Sud.

Ellos fueron los fieles compañeros del gaucho,
los ligeros, los guapos y de todo rigor;
que unas veces lucían primorosos aperos,
y otras veces las pilchas de aglún pobre "nación".
Esos pingos rosillos, rabicanos, manchados,
y de tantos colores, que no es dado apuntar;
arrastraron pacientes los primeros arados
que tiraron las melgas en la tierra del pan.

Se pasaron los años y nos trajo el progreso
el servicio estimable del potente tractor;
y cruzaron los campos, esas cintas de acero
donde suplen diez carros con un solo vagón.
Se alambraron potreros, se achicaron estancias,
los rodeos quedaron reducidos también;
y en las mismas praderas que los criollos pastaban
se le hizo galpones al hermoso plantel.

Y quedaron los pobres, los rosillos y overos,
en las playas peladas del camino real;
contemplando el progreso de la patria que un día
los mezcló en la epopeya de la gran libertad.
Los más viejos murieron tironeando del carro
de algún turco mercero, que asoció al mancarrón,
la miseria del pasto, el trabajo forzado,
y la dura sotera, del pesado arriador.

Pero en esos lugares que la gran cordillera,
con su lomo soberbio nos embriaga de azul,
aún perdura la raza del caballo que un día
transportó la bandera de los bravos del Sud.
Y como una protesta, al desprecio y olvido
en que vive el caballo, tan glorioso de ayer,
surgió el Gato y el Mancha, los valientes que hicieron
la proeza que nunca hará el auto ni el tren.

Loado sea mil veces el caballo argentino,
que en los tiempos de guerra y en los tiempos de paz,
ha sabido aportarle con divinos laureles
al escudo glorioso de su tierra natal.
Y nos dan el ejemplo que sin ser Botafogos,
ni pisar en la pista donde el mago corrió,
el caballo argentino se corona de triunfo
cuando lleva un mensaje de cariño y unión.

Embajada sublime la del Gato y el Mancha,
con sus cascos humildes y su gaucha virtud,
han unido en un lazo de inmortal existencia
las ciudades del norte, las ciudades del Sud.

1 comentario:

Tolhuin dijo...

¡Qué bonitos versos y qué inolvidable historia!
Gracias, Gaucho, por la memoria.