martes, 13 de septiembre de 2011

El palomo

(Pintura: Liliana Gauris)
Evocan pluma y cincel
pingos de ganada fama
y hay un recuerdo que exclama:
¡gloria para los corceles!
Los que en bélicos tropeles
dieron muestras de valor,
conquistaron el honor
de gratas evocaciones
y hoy rescatan mis canciones
a un caballo de mi flor.

Nació zaino doradillo
de una yegua rabicana
y cambió en forma temprana
hasta ponerse tordillo.
Cuando le creció el colmillo
se fue blanqueando el pelaje;
tiró de cualquier carruaje,
fue guía en surcos abiertos
y cruzó campos desiertos
en la llanura salvaje.

Por ser medio cabezón
lunanco y asillonado,
nadie le ponía el recado
a ese pobre mancarrón.
Lo domó un tal Esperón
y salió de buena rienda
pero en arreos de hacienda
sólo hacía de carguero
y guapió de pertiguero
a paso lento en la senda.

No tuvo le excelsa gloria
que tuvieron otros grandes,
vencedores de los Andes
junto al clarín de victoria;
él hizo girar la noria
siempre con ánimo fiel,
no pidió ni dio cuartel
en bajada o en repecho,
por eso ganó el derecho
a un poema y un laurel.

Viejo pingo que en la estancia
fue como peón de relevo,
desde potrillo a longevo
demostró fuerza y constancia.
No conoció tolerancia
en la labor servicial
y completó el rol social
casi vencido y enclenque,
hermanándose al palenque
de una escuelita rural.

En el campo del trabajo
hay hombres como el Palomo,
cumplidores con aplomo
en su misión a destajo;
siempre usados de retajo
sin amparo y sin justicia
y en un hueco de caricia
por diferentes caminos,
ambos unen sus destinos
al yugo de la injusticia.

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