sábado, 15 de febrero de 2020

A poncho nomás

(Foto: Eliseo Miciú)


Voy a pedir un barato
creyendo que soy capaz
de hacer a poncho, nomás,
el decir de mi relato,
es medio potro y lo ato
pa’ darle una palenquiada
enfrente’e la paisanada
y ya con un trecho andau
veré si salgo parau
si pega una costalada.
 
Formé “tropilla” de sueño
a lo largo de mi vida
y entablé la recorrida
ensillando, “el empeño”.
Nunca de nada fui dueño
pero sí en mi corazón,
ha latido la emoción
de manera muy genuina
porque tuve una “madrina”
que se llamó “la ilusión”.
 
Su madre fue “la esperanza”
y su padre “el pensamiento”,
le embozalé “el fundamento”
y de cencerro, “confianza”,
el tañido que se afianza
al valorar la querencia
en los campos de “la ausencia”
entre loma’y pajonales
atravesando los males
curtido con “la vivencia”.

Y entablando “el placer”
también entablé “el sufrir”
y en ese ir y venir
fui sumando “el querer”,
que junto con “el deber”
anduvieron el camino,
cerca’e la madrina vino
uno de pelo intrigante,
medio a la par, adelante,
y su nombre fue “el destino”.

 Marcó un rumbo “la pobreza”,
pero sin tener un real,
de algún momento especial
guardó la mayor riqueza;
tuve “el logro” con guapeza,
que también supe entablar
y otro, pa’ mal recordar
que se llamó “el fracaso”,
ese que cortó mi lazo
y entraron a disparar.

 Ya no estoy entropillando,
es otro tiempo, otra acción,
hoy tengo este redomón
“el relato”, enriendando;
los años fueron pasando
y aquí me tienen plantau,
algo mío he valorau
para seguir en la huella…
Y si no alcanzo una estrella
por lo menos… lo he intentau.

    (23/01/2020)

La flor del Ilolay (Leyenda)



Don Juan - Bernardo


Erase una viejecilla
que en los ojos tenía un mal
y la pobre no cesaba
de llorar.

Una médica le dijo:
- Te pudiera yo curar
si tus hijos me trajesen
una flor del Ilolay.-

Y la pobre viejecilla
no cesaba de llorar,
porque no era nada fácil encontrar
esa flor del ilo-ilo Ilolay.

Mas los hijos que a su madre
la querían a cual más,
resolvieron irse lejos a buscar,
esa flor maravillosa
que a los ciegos vista da.
------------------------------
Bernardo

- Va rajado el cuento, abuelo,
como vos me lo contáis.
¡ No habéis dicho que los hijos
eran tres!
........................................
Don Juan

- Bueno, ¡Ya están!
Y los tres, marchando juntos
caminaron, hasta dar
con tres sendas, y tomaron
una senda cada cual.

El chiquillo que a su madre quería más,
fue derecho por su senda sin parar,
preguntando a los viajeros
por la flor del Ilolay.

Y una noche, fatigado
de viajar y preguntar,
en el hueco de unas peñas
acostóse a descansar.
Y lloraba, y a la pobre
cieguecilla recordaba sin cesar.

Y ocurrió que de esas peñas
en la lóbrega oquedad,
al venir la media noche
sus consejos de familia
celebraba Satanás.
Y la diabla y los diablillos,
en horrible zarabanda
se ponían a bailar.

Carboncillo, de los diablos,
el más diablo para el mal,
¡Carboncillo cayó el último
de gran flor en el ojal!
- ¡Carboncillo!- gritó al verle
furibundo Satanás -,
¡petulante Carboncillo,
quite allá!

¿Cómo viene a mi presencia
con la flor de Dios hechura
que a los ciegos vista da?
Metió el rabo entre las piernas
y poniéndose a temblar,
Carboncillo tiró lejos
el adorno de su ojal.

Y el chiquillo recogióla,
y allá va,
¡corre, corre, que te corre,
que te corre Satanás!
el camino desandando sin parar,
y ganó la encrucijada
con la flor del Ilolay.

Le aguardaban sus hermanos,
y al mirarle regresar,
con la flor que no pudieron
los muy tunos encontrar,
¡le mataron, envidiosos,
le mataron sin piedad!
le enterraron allí cerca
del camino, en un erial,
y se fueron a su madre
con la flor del Ilolay.

Y curó la viejecita
de su mal,
y al pequeño recordando
sin cesar,
preguntaba a sus dos hijos:
-¿Dónde mi hijo, dónde está...?

- No le vimos, contestaban
los perversos, - que quizá
extraviado con sus malas
compañías andará.-

Y los días y los meses
se pasaron, y al hogar,
¡nunca, nunca el pobrecillo
volvió más!
Y una vez un pastorcillo
que pasó por el erial,
una caña de canutos
vio al pasar.

Con la caña hizo una flauta,
y poniéndose a tocar,
escuchaba el pastorcillo
de las notas al compás,
que la caña suspiraba
con lamento sepulcral:

- Pastorcillo, no me toques
ni me dejes de tocar:
¡Mis hermanitos me han muerto
por la flor del Ilolay!




(Pintura: "La flauta del pastor" de Sophie Anderson)

viernes, 7 de febrero de 2020

No vayas al Ingenio




Si no tuvieras hambre, te diría: 
no vayas al Ingenio. 

Si no tuvieras vicios, te diría: 
no vayas al Ingenio. 

Y si tuvieras ropa, te diría: 
no vayas al Ingenio. 

Que allí de madrugada 
deschalarás la caña 
con un machete largo 
y la noche en la espalda. 

Que en el Ingenio, al alba 
sonará la campana, 
y volverás de tarde 
cuando la tarde caiga, 
para comer tu cena 
de batatas asadas. 

Que mientras tú trabajas 
y el cacique te manda, 
él se queda sentado 
de botas y bombachas. 

Que al final de la zafra 
al peso que te guardan 
de los dos que por día 
con el machete ganas, 
te lo dará el Ingenio 
en un par de alpargatas, 

un chaleco, una manta, 
alguna yegua flaca, 
cinco kilos de azúcar 
para endulzar la marcha 
de regreso a tu monte 
porque ya no haces falta. 

Si no tuvieras hambre, te diría: 
no vayas al Ingenio. 

Pero el conchabador 
te arranca de la tierra 
dándote de regalo 
unos kilos de yerba 

y unos litros de alcohol, 
aunque después ingreses 
al Ingenio endeudado 
y al regalo lo tengas 
que saldar con trabajo. 

Si no tuvieras vicios, te diría: 
no vayas al Ingenio. 

Que el Ingenio te mata 
con el sol que te abrasa, 
con el tabaco oscuro 
y la coca que mascas… 

Y si tuvieras ropa, te diría: 
no vayas al Ingenio. 

Pero te compran, indio, 
como a un niño ingenuo, 
con un rifle oxidado, 
con la luz de un espejo, 
con un saco amarillo 
con un sombrero viejo...