miércoles, 28 de septiembre de 2011

El entierro de Painé


Duerme en calma Leuvucó.
Descansan las tolderías;
y en la comba de la noche
chispean las "Tres Marías".
De pronto se oye un rumor
de llantos y griterías
que se apaga, se renueva,
se aclara, se magnifica
y luego se desparrama
por las hoscas lejanías.

Ha muerto el bravo Painé,
Jefe de la dinastía
de los Zorros, y Calvaiñ
a sucederlo se alista,
como hijo mayor habido
de una anciana cacica
que Painé considerara
como su esposa legítima.

Dicen que ha muerto Painé
por arte de brujerías.
Tal aseguran las machis
de todos rumbos venidas.
Y como se cree verdad
puesto que Calvaiñ lo afirma,
su viejo padre Painé
no irá solo a la otra vida.

Por órdenes de Calvaiñ
que, al punto, en castigo dicta,
es fuerza que sus esposas
al otro mundo le sigan,
y al sacrificio cruento
marchen también las cautivas.
Además, todos los chusmas
que hubieren más de dos chinas,
una de ellas, han de hacer
que figure entre las víctimas.
Ante mandato tan cruel,
enloquecidas las indias
sángranse el rostro, y sus manos
sobre los ojos se crispan.

Las mujeres a los hombres
acusan de cobardía
por no saber defender
de sus esposas la vida.
Mas Calvaiñ, un tanto humano,
-como lo fuera aquél día
que de la muerte salvara
al Coronel Baigorría,
cuya cabeza, Painé,
a Rosas mandar quería-
ha separado a su madre:
la pobre vieja cacica;
por ruego de Cailbuñaim
que diera a Painé dos hijas
sólo peronda a una de ellas,
a la menor, por ser niña;
y de sus otras mujeres
a María la cautiva.
No falta quien a Calvaiñ
reproche con osadía
que haya salvado a la madre
y, de Cailbuñaim, la hija.

A lo que Calvaiñ resonde
como cosa definida:
-mi madre no era mujer
que con Painé hiciera vida;
hace ya bastantes años
que de nada le servía.
Si hubiese estado hasta ayer
viviendo en su compañía,
como me llamo Calvaiñ,
ella también moriría.
En cuanto a Cailbuñaim,
he salvado a la más niña.
Morirá la que mi padre
por esposa prefería.

El cuerpo traen de Painé
tendido en una angarilla
cruzada entre dos briosos
caballos de sus tropillas,
y envuelto en lujosas matras
que le tejieran sus chinas.
Lloran indias y cautivas
y lanzan sordos gemidos
las trutrucas doloridas.

Siguen a pie las mujeres
para morir elegidas.
Las pobres vienen en cerco,
formado de lanzas vivas.
Luego aparece Calvaiñ
con sus tropas escogidas:
gente de bola y de lanza
de las tribus ranquelinas.
A una señal de Calvaiñ,
que al punto se ve cumplida,
que de media en media legua
la matanza se repita,
y ese reguero de sangre
hasta el sepulcro prosiga.

¡Señor, Señor, por piedad!
claman indias y cautivas.
¡Pobre este hijito Calvaiñ!
¡Señor, Señor, que es mi hija!
¡Es mi mujer! ¡Es mi madre!
¡Déjalas, Calvaiñ, que vivan!
Mas la orden de Calvaiñ
debe cumplirse en seguida,
y golpes secos de bola
van quitándoles la vida.

En el filo de la loma
el chenque ya se divisa,
y así que el cortejo llega
se tiende la indiada en línea.
Que avancen, manda Calvaiñ,
los lanceros y las indias.
Extienden luego a Painé
en la fosa, y ya se alistan
a darle por compañera,
que llevará a la otra vida,
la que, en esta, fué entre todas
sus mujeres, preferidas.

La hija de Cailbuñaim
será la postrera víctima
humana de la tragedia,
con que Calvaiñ finaliza
la sangrienta represión
a que las machis lo incitan.
Ante Calvaiñ, la infeliz,
se postra desfallecida;
tiéndele el hijo, que en brazos,
nerviosamente acaricia,
e inútilmente le implora
que le perdone la vida.
Calvaiñ, insensible al ruego
de la desdichada india,
mostrando al niño que tiende
hacia él sus manecitas,
a que por última vez
le dé de mamar la invita.

Movida por la esperanza
la pobre madre se inclina
y al hijo de sus entrañas
le da de mamar sumisa.
Mas al separarse de él
como leona enfurecida
lo defiende, hasta caer
al suelo desvanecida.
Luego, a la pobre mujer,
cumpliendo con la consigna,
de un golpe feroz de bola
la cabeza le hacen trizas,
y colocan su cadáver
con el de Painé en línea.
Un manto de tierra y ramas
les servirá de cobija.
Han colocado en el chenque,
junto con la platería
que en sus peronas y aperos
Painé y su esposa lucían,
toda especie de cacharros
con licores y comidas,
para que fácil les sea
su traslado a la otra vida.
Cinco caballos, diez perros,
veinte ovejas elegidas
son muertos y desangrados
sobre la tierra movida.
Y cuando el regreso emprende
la fúnebre comitiva,
la luz del atardecer,
que los campos ilumina,
sobre el trágico cortejo
sus rayos de sangre envía.

Ya de noche, en Leuvocó,
llora aún la toldería;
de cultrunes y trutrucas
calló la voz dolorida,
y en la comba de la noche
chispean las "Tres Marías".

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