En el sillón de febrero
se está hamacando el verano
y exprime de fìesta el sol
como queriendo arrancarle
más fuego del que ya quema
a aquellas tardes del Chaco.
Está tan bravo el calor
que ni los pollos se animan
a cruzar de un trote el patio.
Pero sin embargo el turco,
propietario del boliche
que está cerca del obraje
del Florindo Altamirano,
anda de aquí para allá.
Cruza mil veces el patio
poniendo vino en el pozo,
kerosén en los faroles,
acomodando los bancos,
porque sabe que a la noche
se va a ver bien compensao,
ya que es el fin de quincena
y en el obraje cobraron.
A más, pa suerte del boliche
la paga cayó en día sábado,
asi que el destacamento
le autorizó la bailante
que el turco está organizando.
Y ya pa'el medio'e la tarde
fueron cayendo parejo,
luciendo su mejor ropa
calzando alpargatas nuevas
y el frasco de agua florida
asomando en los bolsillos
de todas las corraleras
y a eso 'e la nochecita
pintaba lindo la fiesta...
Cada vez llegó más gente
con ganas de sacudir
las tabas'en la polvadera
o de encontrar al compás
de un chamamé nostalgioso
alguna guaina lindona
que sirva de compañera
para que la noche corta
se alargue en un río de vino
de cañas y de ginebra....
Y como siempre ocurría,
el vino espesó el ambiente.
y ya al rato el "sapucai"
era el dueño de la fiesta.
Tan dueño, que hubo momentos
ponchos de gritos tapaban
los acordes que lloraba
la acordeona verdulera.
Y entonces cayó el milico
a lucir su prepotencia,
porque era nuevo en el pago,
y no sabía que no es forma
de calmar la concurrencia.
Porque la gente de campo
tiene un modo de probar
si es digna de respetar
la autoridá cuando es nueva.
Y allí donde entró
tallando Antonio Durán,
que en dos trenzas de palabras
armó el lazo de la gresca.
El milico se jué al humo
pa'sofrenarle la lengua,
pero el Durán lo esperaba
empuñando la herramienta.
Y entonces nubes de rabia,
presagiosas de tormenta,
entraron a ennegrecer
las lunas de aquella fiesta.
Los brillos oscurecidos
de dos fierros en pelea
dibujaban en el aire
la presencia de la muerte
queriendo cobrar su presa.
Mas de ahí no pasaría
la tanteada de la fiesta.
La muerte quedó encerrada
en barrotes de destreza,
porque el Durán se hamacaba
casi sin tocar la tierra.
Y en un amague de punta
de esos pa'bandear madera,
atorao por defenderse
cambió la guardia el milico
y el Durán me lo acostó
con un planazo en la jeta.
Y con eso terminó
el hambre de la pelea.
Al gaucho se lo llevaron
a la sombra de una celda,
hasta que el comisario vino
y reclamó su presencia.
-¿Así que vos sos el malo,
peleador y prepotente
y el matón, pero de lengua?
-Ni lo uno ni lo otro,
dijo pausado el hachero-
yo soy hombre del obraje,
capaz de pasarme un año
metido por esos montes
sin conocer lo que es pueblo.
Si esta vez llegué al boliche
fue por tirarme unos pesos
en caña y en retozar,
pero ya al segundo grito
cayó su milico nuevo
a imponer autoridá
y usté sabe la costumbre:
cuando los gallos son nuevos
pa'probarles las espuelas
siempre hay que hacerlos pelear.
Jué simplente por eso
que yo saqué el de cortar.
Así que, mi comisario,
le ruego no me confunda
y me sepa disculpar.
Si lo topé a su milico
no fue ni por achurarlo
ni por hacerme matar.
Fue por ver si era tan hombre
de hacer de que lo respeten
peleando de igual a igual.
En una palabra, jefe,
mi profesión es el hacha
y no la de matonear.
Si esta vez pelié un milico,
fue por la vieja costumbre
"¡de tantearlo, nada más!"
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