lunes, 21 de mayo de 2012

El relincho

(Pintura: Romero Carranza)

Había un pingo envejecido
en el campo abandonado,
crinudo, ya abichocado
por tantos años vividos.
Él, cuando nuevo había sido
¡una estrella! ¡una saeta!,
como una gacela inquieta,
con las venas bien marcadas
¡dos brasas en la mirada!
¡y espejos en las paletas!

-Me hicieron creer que era mío,
-a un niño nunca le mientan-
yo, orgulloso por las mentas
de sus comentados bríos
al mirarlo a su albedrío
descansando en la vejez,
pedí a Dios con interés
que un hada buena viniera
tornándolo a lo que fuera,
¡un señor pingo! otra vez.

En mi inventiva de niño,
lo soñaba a mi animal
fuerte como un vendaval
ágil como el remolino
que acortábamos caminos
saltando tranqueras, fosos,
soñaba con que gustoso
viniera si lo llamara
que en mis manos abrevara
de tan mansito y mimoso.

Soñé que con todo el royo
arisco toro enlazaba,
también que en él me largaba
a cruzar bravos arroyos,
que haciendo en el casco apoyo
cualquier barranca trepara
que esperando lo montara
quedara quieto, sereno
y que al tantearlo en el freno
igual que un trompo girara.

Me alegraba el pensamiento
lo daba por descontado,
de verme en un pingo alado
como el príncipe del cuento,
capaz de ganarle al viento,
destruyéndole el decoro,
¡qué feliz! me hacía el tesoro
de mi caballito amado,
pelo tirando a tostado
y sus crines fibras de oro.

Esas bellas ilusiones
fueron hojas esparcidas,
al viento de una medida
tomada por los patrones,
no valieron mis razones
no importaba mi suplicio,
lo contundente del juicio
sin miramientos decía
-era viejo y no servía
para el mínimo servicio.

Con su condena pendiente
lo sacaron del corral,
tranquilo el pobre animal
los olfateaba inocente.
Gómez, mensual competente
se puso enfrente del ruano
en ésto siendo baqueano
mandó hasta el mango la hoja
y una catarata roja
le cubrió toda la mano.

El pobre no entendía nada,
quien sabe qué pensaría
pero sus ojos vertían
lagrimones en cascada.
Entró a fallar su mirada
tropezando en cualquier mata
él, que fue flecha de plata,
saltarín de los alambres
fue sintiendo unos calambres
endurenciendo sus patas.

Se iba sintiendo impotente
no podía andar, tambaleaba,
en el suelo chapoteaba
barro de sangre caliente
al advertir de repente
se le va yendo la vida,
ahí dió lo que no se olvida
que pasa el tiempo y subsiste,
un relincho tenue... triste,
como última despedida.

Una calandria, ignorante
de lo profundo del drama
al aire desde una rama
regala un trino vibrante.
Noviembre sigue constante
los trigales coloreando,
despacio, como peinando
las plantas, pasa el pampero,
y a la par de un esquinero
quedó un niñito llorando.

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