sábado, 13 de octubre de 2012

La cruz del puesto

 


Allá donde el viento arranca
silbos de cada jarilla
y flamea la flechilla
por sobre las toscas blancas,
con su cumbrera lunanca
y el techo medio plomizo,
juntito a un chañar macizo,
entuavía con arrogancia,
se divisa a la distancia
un ranchito de chorizo.

Su aspecto de poca suerte
parece gritar erguido
entuavía no está vencido
por más que le han pegao fuerte.
Y en esas noches de muerte,
negras cuando el viento zumba
por detrás del rancho, cumba,
sale pasar una luz
que va a posarse a una cruz
solitaria de una tumba.

Cuentan que en ese lugar
una familia vivía,
y  hermosa niña tenía
con tres gurise'a la par.
Cierta vez llegó a domar
un mozo de pobre facha
que al andar de buena racha,
después de jugarse el resto,
tuvo que d'irse del puesto
por querer a la muchacha.

Y habla un viejo cazador
ebrio que el tiempo gastó:
que la muchacha se ahorcó
cuando se fue el domador.
Él fue su único amor
y el último también,
porque al no mirarlo bien
los dos padres se negaron,
y aquél romance truncaron
para siempre como ven.

Decía el viejo lagrimiando,
mustio de pena y dolor,
qué el vió al mozo domador
cuando se alejó troteando.
Treinta baguales arreando,
dos cencerro' y dos carguero',
bien montao sobre un overo
de colmillo y redomón
pero con la desición
de seguir junto al pampero.

Pasaron días y meses,
ocho lunas sin alarde,
y en esa hora que la tarde
todito el campo adormece,
se oyó un lamento con crece'
que hizo tiritar los pechos
era un gurí que maltrecho
o'servaba sollozando,
a su hermanita colgando
de la cumbrera del techo.

Fue el mismo viejo del cuento
que cortó el lazo enseguida
para que el cuerpo sin vida
cayera al suelo un momento.
Llanto, dolor, sufrimiento,
de dos padre' al contemplarla
y así después de velarla
dos noches, sobre un recuadre,
quiso la madre y el padre
tras del ranchito enterrarla.

Y frente al horcón sin meya,
sobre el piso si uno busca,
se ve una mancha parduzca
que debe ser sangre de ella.
Desde entonce' y por la huella
que pasa costeando el cerro,
se oyen sones de cencerros
con tropel de redomones
que no son más que visiones
para hacer torear los perros.

Y en noches antes de llover,
cuando el relámpago empieza,
parece que entre en la pieza,
sollozar a una mujer.
Mas cuando empieza a crecer
la noche en tinieblas obvia,
de la habitación que agobia
parece salir al tranco
una figura de blanco
que se parece a una novia.

Deben ser las ilusiones
de aquella muchacha triste,
que en cada piedra persiste
en un sueño hecho visiones.
Ya todos de esas regiones
se han marchado uno a uno,
y aunque es leyenda que acuno
yo mismo he palpao la cruz
donde se posa luz
sin molestar a ninguno.



(Pintura: Saleme Soleman)

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