Dedico estos sencillos versos a Ángel y Jacinto Morelli, humildemente.
De chiquilín respiró
el humo de la herrería,
y el oficio día a día,
con empeño lo aprendió,
de los mayores tomó
mucha capacitación
y en un antiguo galpón
comenzó a trabajar fuerte,
la herradura de su suerte
como cualquier muchachón.
El yunque está colodado
sobre un corpulento tronco,
el fuelle, quejoso y ronco
respira un aire pesado,
la fragua que ha soportado
de su boquilla el ciclón
hace que el negro carbón
haga de chispas sus gamas
entre las violáceas llamas
de volcánica eclosión.
El hierro sale candente
entre rojo y blanquecino.
El yunque será el destino
de su inmediato presente,
en donde el brazo potente
lo moldea, arquea y traza,
martillo, punzón y maza.
La vista, justa y segura,
hace de cada herradura
para el casco una coraza.
Allá tenía que lidiar
con diferentes equinos
chuzos, mañeros, ladinos
"sólo les faltaba hablar".
Los tenía que amordazar
por temor al mordiscón,
pero su disposición
todo lo cumplimentaba,
hasta que al fin los herraba
con prolija perfección.
La gurbia, el desvasador,
arreglan casco y ranilla,
que es tarea muy sencilla
para el que es buen "herrador".
Tenazas, clavos, sudor
y algún cosear en acecho,
hasta que al fin satisfecho
corta, remacha, escofina
y su tarea termina
cobrando el trabajo hecho.
Hoy su portón está quieto,
muda la fragua y los fuelles,
porque el progreso y sus leyes
supo acatar con respeto.
Y sobre su parapeto
el yunque se va enmoheciendo,
y la maza está diciendo
cómo el óxido la mancha
y entre el martillo y la trancha
hay un silencio tremendo.
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