sábado, 4 de junio de 2011

En la cruz de su alazán

(Pintura: Francisco Madero Marenco)
Desde la verde extensión,
montando un brioso alazán,
el paisanito Julián
enfila hacia el callejón.
En su pecho una ilusión
acaricia con empeño,
porque anhela ser el dueño
de una morena preciosa
que se muestra desdeñosa
y por ella perdió el sueño.

Cuando el pingo escarceador
va repechando la loma,
ve que en la tranquera asoma
la que le robó su amor.
Sonriendo está el campo, en flor,
cuando él le cuenta sus cuitas,
mientras que las margaritas,
al paso de aquella moza,
al saberla tan hermosa
parecen quedar marchitas.

Ante la presencia de ella
él dijo, en tono profundo:
"Sería el más feliz del mundo
si me alumbrar tu estrella".
La moza, tímida y bella,
le contestó emocionada:
"Aunque tu expresión me agrada,
comprometerte no quiero...
el hijo del estanciero
me tiene atemorizada."

Apareció el estanciero;
con gesto tan provocante
que resbaló en un instante
de la cintura el acero.
Sereno, en el trance fiero,
ante el ataque inhumano
su cuerpo, ágil y baquiano,
esquiva la puñalada...
y le hace saltar la espada
de un rebencazo, el paisano.

Viendo la mano abatida
y a su rival confundido
le dijo: "Soy bien nacido
y le perdono la vida".
Y la moza, decidida
por el amor de Julián,
con cariño y con afán
no desdeñó sus halagos
y se fue, para otros pagos,
en la cruz de su alazán.

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