lunes, 20 de febrero de 2012

El fogón de los arrieros


Quise armar un fogón allá en la sierra
en mis lejanos pagos jachalleros,
que llamara, cordial, a los arrieros
de todas las distancias de mi tierra.

Un fogón que llamara a los andantes
de todos los caminos y las razas,
a juntarse al calor de nuestras brasas,
a conversar de cosas trashumantes . . .

Y tuve suerte en la intención aquella.
A las cumbres más altas de mis cerros
llegaron con su canto de cencerros
desde todos los rumbos de la estrella.

Llegaron a mis pagos jachalleros
los del norte selvático y huraño,
y los del llano Sur, dé casi extraño
rostro grisau de lluvias y pamperos.

Envueltos en sus ponchos calchaquíes
bajaron de Ambato los pastores,
y chardando de pájaros y flores,
los hijos de las selvas guaraníes.

Arrastró su cansancio el viejo runa,
con un seco compás de guardamontes:
y su lejano canto de horízontes,
se le quedó dormido allá en la Puna.

Resonaron su queja los jujeños
-la más triste quizás y la más alta-
y en un son bagualero los de Salta
prolongaron la gloria de sus sueños.

Lamentado un azul de yaravíes
acudieron pausados los riojanos;
y de galope largo los paisanos
de las verdes llanuras querandíes.

Desollando cansancio y caminos
acudieron, el curtido de reveses,
los cobrizos troperos mendocinos
y los pardos jinetes cordobeses.

Rojeó en las cumbres y alumbró los llanos
la inmensa llamarada de un fogón,
y se hermanó en su ritmo el corazón
argentino de todos los paisanos.

Soberbio el entrerriano en su corcel,
junto al pecho desnudo del chaqueño
escuchó su vidala al santiagueño
y el silencio valiente del Ranquel.

Estaban los de Güemes, los del Chacho
los del ilustre Paz, los del amargo
episodio final de Pago Largo,
los del Pozo de Vargas y el Quebracho.

Estaban , entre aymarás y diaguitas
cicatriz indeleble de la historia
aquellos que pasaron a la gloria
y "a la muerte, cantando vidalitas".

Los del fiero Quiroga, junto al cerro,
derramando sus lágrimas oscuras;
y añorando del llano las anchuras,
los pampeanos sin rancho, los de Fierro.

Los del bravo Lavalle en Ayacucho
-los del gesto inmortal y no cansau-
y dominando el fuerte del Callau,
otra sombra inmortal, la de Falucho.

Los que el verbo de Mayo, el Paraguay
llevaron, por más gloria, con Belgrano;
y los cinco de Pringles el puntano,
los de la hazaña heroica de Chancay.

(Faltaban por entonces los de López,
los de Santa Fe, la federal,
y llegaron, sangrando el calcañal
y estirando en la noche sus galopes).

Estaban codo a codo en lo argentino,
iguales en lo santo y en lo estoico,
el sanjuanino triste y el heroico
hermano de su afán el mendocino.

Quiser armar un fogón allá en la sierra,
en mis lejanos pagos jachalleros,
que llamara, cordial, a los arrieros
de todas las distancias de la tierra.

Rojeó en las cumbres y alumbró los llanos
la inmensa llamarada de un clarín
y lloraron p'adentro mis paisanos,
al conjuro de un nombre: San Martín!

(Pintura: Francisco Madero Marenco)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que maravilla es Buenaventura, mi abuela lo escuchava mucho, pero ahura ella debe escucharlo en vivo allá en cielo...
Don Luis, escucha esta canción... otra maravilla gaucha!

Grande abrazo hermano,
Pablo R. Dobke.

Anónimo dijo...

Jajajaja... me olvidé de poner la direccion de la canción, ahí está: http://www.youtube.com/watch?v=TxoWAPrZyd8

Unknown dijo...

Don Eusebio de Jesús Dojorti.