lunes, 11 de abril de 2011

Libertad

Con mi razón o sin ella,
apartando al que se oponga
he de seguir meta y ponga
sin ladiarme de la güeya.
Por que no me hace ni meya
perderme en la soledad,
hundirme en la inmensidad
a paso lerdo... tranquilo,
porque aún no se ha hecho el filo
que corte mi Libertad.

Cabalmente pienso y hago
sin darle cuenta a ninguno,
mi Libertad no es vacuno,
que se vende al mejor pago.
Ofrazcan, que no es amago
y tómenlo como quieran;
mi libertad no es tranquera
abierta al primer mandón:
Pa un libre no hay más patrón
que la madre y la bandera.

Pa mí no existe caudillo
que doblegue mi conciencia:
como en señal de obediencia
sólo ante Dios me arrodillo.
Hombre que saca el cuchillo
y ante el peligro no arrolla
y a la Libertad la apoya
con su fe, y en su derecho
es que ha mamao en un pecho
de mujer, su sangre criolla.

Sangre... cuyos cuajarones
son medallas conquistadas
en mil gloriosas patriadas
y en muchas revoluciones.
No se arrean a empujones
ni el ideal ni el sentimiento;
sobre la hilacha de un tiento
pa'un desmadrado, pa'un guacho;
aprende a ser libre el macho
oyendo rugir el viento.

La Libertad hay que llevarla
con honor... con honradez,
es decir, con altivez
que uno puso al conquistarla.
Al que no sepa guardarla
se la sacarán mañana:
La Libertad es soberana
cuando un varón es de ley;
La Libertad no es un güey
que responda a una picana.

Ni es tampoco rebencazo
asestado en las costillas,
ni bisagra en las rodillas
ni dobleguez de espinazo.
La Libertad es trompetazo
de victoria en la pelea;
es banderín que flamea
al tope de una tacuara:
es un potro que dispara
y un águila que aletea.

Es también fecundo tajo
en las criollas sementeras
Gorro Frigio en las manceras
simbolizando el trabajo.
Es el puño de un badajo
cachetiando la campana
que está pegonando ufana
que en esta tierra Argentina
la Libertad no es propina...
sólo peliando se gana.

Así es la Libertad,
que es pregón en nuestro himno,
escudo, estandarte, signo
de nuestra Argentinidad.
Santa palabra, verdad
por los libros venerada;
fogón cuya llamarada
ningún déspota apagó:
herencia que nos legó
Nuestro Santo de la Espada.

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