miércoles, 1 de agosto de 2012

De los pagos de Catriel


Yo me requinto el sombrero,
pongo el pie sobre la silla,
me acomodo la cuchilla
y pido caña al pulpero;
templo la prima primero
de mi guitarra campera,
porque al ver que mi bandera
ya no la flamea el viento
porque un ochenta por ciento
canta cosas extranjeras.

Traigo esta milonga pampa
de los pagos de Catriel,
perfumada con laurel
pero con filo de guampa;
sin pretensiones ni trampa
no tengo necesidad,
sangre de Calfulcurá
de las venas se me salen,
sólo espero que me pialen
con un lazo de amistad.

Yo no siento escalofrío
al ver desnudo mi pecho,
me presento con derecho
para defender lo mío;
llego al galope tendido
con mi tordillo clinudo,
lo tengo en caso de apuro
para saltar las tranqueras
y correr de las fronteras
a extranjeros melenudos.

Si mucho o poquito canto
me valgo de lo que soy,
ventaja a nadie le doy,
tampoco preciso tanto
y cuando a cantar me planto
siempre lo creo oportuno
y en mi guitarra me acuno
para cantar a mi modo,
ojalá que escuchen todos
sin despreciarme ninguno.

Yo nunca tuve padrino,
seguro que muero infiel,
que sea dichoso aquel
si así lo quiso el destino,
y en mi andar de peregrino
me cobijan las estrellas,
jamás me separo de ellas
y en la noche de este día
me alumbran las Tres Marías
para que siga mi huella.

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