(Pintura: Vasco Machado)
Hace, no sé qué tiempo, setenta años lo menos
llegó, p'hacer tropillas en la estancia "Los Talas"
un domador con fama de guapo entre los güenos
d'esos que no reculan ni anque le lluevan balas.
Generoso a lo santo, no negaba ni el habla,
capaz por un amigo de quedarse desnudo,
derecho en upiniones lo mesmo que una tabla
y en las de a pie, lujoso de puro corajudo.
No es qu'él buscase guerra... atento a sus quihaceres
l'eran pocas las horas cumpliendo ubligaciones
pero fallaba fiero ande hubiese mujeres
ansí jueran las priendas de sus mesmos patrones.
Natural qu'ese vicio, suele trai a la cincha
cuistiones peligrosas, y más p'aquél entonce
cuando usaban los hombres facón, trabuco y vincha,
y las chinas tenían las carnes como bronce.
Las mentas, que le diban haciando de baquianas
ni el trabajo le daban de andar rondando puertas;
los viejos, se acostaban cerrando las ventanas
y el mozo, a medianoche, las encontrab'abiertas.
Cantor de voz templada, sabía pa lucirse
gemir en un estilo, y ansina, las muchachas
dentraban a encintarse, cuchichear y sentirse
en el desasosiego que viven las viscachas.
Picaba como el cuervo, ojos, pechuga y boca;
pañales y puñales jué dejando en su rumbo;
más de una vez la muerte que sabe ser tan loca
le costurió la vida sobre el ojal de un chumbo.
De "Los Talas" por eso, tuvo que dirse un día,
dispués de andar a tajos a causa de una piona
hirió al dueño del campo, asigún se decía
porque lo halló prosiando pegao a la patrona.
De estancia en pulpería y de monte en chilcales
cruzó tuito Entre Ríos y a filo de agua y tierra
vido pa la otra costa peliar los Orientales
y dentró como a un baile contra el gubierno en guerra.
No se perdió en la lucha lanciada ni entrevero
lo silbaron "las moras" en las cuchillas grises
y en paz ya los hermanos, se trujo sobre el cuero
pa no olvidarse d'ellos, como diez cicatrices.
No bien pisó sus pagos, le hicieron abanicos
de enconos y machetes, por cuentas atrasadas,
y se trenzó a lo perro con gauchos y melicos
en un vivir a saltos, cambiando puñaladas.
Tuvo que juir de nuevo, p'allá, p'ande el Bermejo
como si le envidiara su resplandor de plata
le güelca borbollones de barro en el espejo
al río, que entre los juncos se añuda y se desata.
Ahi jué el hacerse nutria comiendo verde y crudo
dormir de un ojo abierto, vichando a lo cigüeña
marcar el tiempo en piola, por cada luna un ñudo,
saber lo que se sabe cuando el dolor enseña.
En esas soledades, se jué poniendo blanco,
los indios le robaron avíos y tropillas
no le quedaba nada más que un lobuno manco
que andaba haciendo ruido con tripas y costillas.
Hilachas se golvieron sus ropas más vistosas
se le gastó hasta el mango platiao a su cuchillo,
la cama era un rejugo de bajeras grasosas
y la barba una mata ceniza, de espartillo.
A veces cavilaba mascando un pasto amargo.
"Si juera camalote... pelusa... nube... pluma..."
Miraba a los silbones que cruzaban de largo...
se echaba junto al río pa ver pasar la espuma.
Cismando en sus disgracias lloraba la criatura.
¿Él era Juan Osuna, lancero de Don Justo
el hombre entre los hombres, mentao por su bravura
el que no halló una moza que no le hiciera el gusto?
"¡Qué fiesta se darían, si viesen esa ruina
los que venció en los lances de amor correspondido
dejándoles un tajo a cuenta de una china...
tantos melicos maulas con el lomo curtido!"
En muchas ucasiones pensó dir y entregarse
pero ¿y dispués, su fama, su estao y su apellido...?
y lo paraba en seco la pena de mirarse
hecho una sombra triste del hombre que había sido.
Mas al final, un día, no tuvo ya ni orgullo.
"No sé pa qué demontres andar como el zorrino
jediendo y disparando de un yuyo pa otro yuyo
total, si me ajusilan se habrá cumplido el sino".
"Qué dice mi lobuno, ¿se anima pa este viaje?"
Mosquió el matungo viejo como si lo entendiera;
no le faltaban ganas, al pobre, ni coraje
la cosa eran los años, la vista y la manquera.
Salieron un verano por la orilla de un banco
de arena y sarandises, costiando siempre el río,
y ansina a cada legua el lobuno más manco,
el aire más caliente y Osuna más sombrío.
Pararon bajo un sauce, llamiando el sol a plomo
y en cuanto le sacaron el peso de los cueros
se jué el lobuno al suelo; dentró a encoger el lomo
y a dar como un cristiano, quejidos lastimeros.
Al rato arquió las patas lo mesmo que un cangrejo
pegó un relincho suave, l'entró una dormidera
y se cortó de a poco el pobre manco viejo
entre hipos y cociadas y soplos de ronquera.
Se estuvo hasta la noche al lao d'esos despojos.
La Cruz del Sur le puso la luz de cuatro velas;
y él le alisaba el pelo, le tantiaba los ojos,
los rastros, en la panza, de lanzas y de espuelas.
Igual que pa una fiesta, le trenzó cola y clinas
le emparejó los vasos con su mellao rabincho,
aperó la osamenta, y como p'alzar chinas
le tendió sobre el anca un cuero de carpincho.
Dispués, con ramas y hojas del sauce le hizo manta
le armó una cruz de palo junto a la cabecera
y dijo en su extravío no sé qué cosa santa
dispacio, pa que naide más que el cielo lo oyera.
Puntiando ya la otra'alba, continuó a pie la marcha
de a trecho se golvía, saludaba al vacío
y en la barba las lágrimas, parecían la escarcha
que se hace entre los pastos con gotas de rocío.
Ansí anduvo los meses, perdido en la maciega
hasta que unos isleros lo hallaron en un güeco
descalzo, sin un trapo, la vista cuasi ciega
puro pelo y abrojos, encorvao y reseco.
De lástima a la güelta, lo trujeron río abajo
le hicieron medio poncho de un chiripá rompido,
y apareció en el pago, más arrugao que un cuajo
un viejito que hablaba mesmamente que un ido.
Denguno lo entendía; comenzó a ser la risa
de grandes y de chicos; conversaba sin tino
de amores y grandezas; andaba sin camisa
rezando y mendigando igual que un peregrino.
Ya naides se acordaba ni d'él ni sus hazañas
el que no se había muerto tenía otra querencia,
no vido en las riuniones más que caras extrañas
en ranchos y tranqueras más que rastros de ausencia.
A veces lo encontraban pegao a una tapera
con la vista ñublada mirando una ventana
o prosiando en un cerco tuita la noche entera
con sepa Dios qué sombra misteriosa y lejana.
Le decían "El Duende" los gurises traviesos,
"El viejo Salamandra" las chinas enjundiosas;
algunos le pedían, payé, gualichos, güesos,
secretos de Mandinga pa engatuzar las mozas.
En otras ucasiones se diba al camposanto
rodiaba sepulturas con flores de potrero,
les pedía disculpas pu'haberse tardao tanto
y se estaba las horas parao y sin sombrero.
Echao en los caminos miraba arriar las tropas
con gente, pelo y marcas, que ya no conocía
y en las yerras y bailes, si le daban dos copas
se caiba mermurando contra la polecía.
De trompezón en golpe llegó a un galpón en ruinas,
se le juntó una yunta de gatos cimarrones
y áhi le traiban comida las familias vecinas
que el hombre repartía a grito y manotones.
Un día, haciendo posta, se arrimó una orientala,
mujer dentrada en años, pero linda entuavía
con restos estrelleros de potranca baguala
y cachetes y labios jugosos de sandía.
Vaya a saber qué cosas conversó con el viejo
le entriegó al bolichero como una bolsa'e plata:
"Gástela en él, le dijo, que pa eso se la dejo"
y se jué refregando los ojos con la bata.
De poco le sirvieron al disgraciao los riales...
ansí es siempre la suerte...! Amaneció torcido,
tenía al lao la guardia de sus dos animales
y en las manos un ramo de aromo florecido.
...................................................
-"¡Pu... cha qu'es triste el cuento! ¡Me secó la saliva!
Digame, pa si acaso, no es el viejito Osuna,
ese qu'est'áhi adentro con las ráices p'arriba?"
-"El mesmo".
Media noche, vela al muerto la luna.
(Pintura: Patricio E. Marenco)
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