domingo, 3 de julio de 2011

Juan de los Santos Arena (Estilo)


A orillas del Paraná
bajo un frondoso espinillo,
hay un ranchito sencillo
que siempre en silencio está;
ninguno a ocuparlo va;
pues dice la gente buena
que de noche un alma en pena
viene a esa choza sombría,
donde en un tiempo vivía
Juan de los Santos Arena.

Dicen que al llegar las doce,
cuando las islas dormitan,
entre los ramajes gritan,
aves que nadie conoce;
cuando las flores con goce,
se hallan de luna llena.
Surge del juncal serena,
sobre un oscuro fogoso
la visión del gaucho hermoso
Juan de los Santos Arena.

Sigue al borde la barranca,
meditabundo y sombrío
mientras las ondas del río
juegan con la espuma blanca;
su frente pálida y franca
tiene el velo de una pena;
con timbres extraños suena
su prendaje de oro y plata;
y en las aguas se retrata
Juan de los Santos Arena.

Pero al dar vuelta el sendero
aparece entre sus ojos,
aquella ruina... ¡despojos
de otro tiempo lisonjero!
Lanza un sollozo y ligero
su brioso oscuro sofrena,
quita el sombrero con pena,
de su frente soñadora.
Y ocultando el rostro llora
Juan de los Santos Arena.

Echa pie a tierra enseguida
con un afán que desgarra
y descuelga la guitarra
a su espalda suspendida;
con vibración conmovida
está entre sus manos suena,
porque el mal que lo envenena
le causa un dolor tan vivo,
que en ella ve un lenitivo
Juan de los Santos Arena.

De pronto y sin causa alguna
brota un concierto de notas,
que a soledades ignotas
van vibrando una por una.
Luego se nubla la luna
como empañando la escena,
y con una voz que llena
de melodías la noche,
canta ese amargo reproche
Juan de los Santos Arena.

"Ranchito humilde en que anidé
mis esperanzas, tranquilo
tú me brindastes un nido,
yo con sangre te manché;
pero no ignoras que fué
muy grande y honda mi pena.
Que tan horrible condena,
quién sabe si merecía
como esta eterna agonía
Juan de los Santos Arena.

Siento en mi pecho un vacío
al verte tan diferente;
ayer florido y luciente
hoy derrumbado y sombrío;
también mi vida en su estío
estuvo de pena llena
y hoy una oculta cangrena
sin embargo me devora;
ayer cantaba y hoy llora
Juan de los Santos Arena.

Mas no bien el instrumento
lanza el último sonido
sale del rancho un quejido
hasta trocarse en lamento;
dicen que entonces el viento
su furia desencadena.
Que de pronto llueve y truena
y salpica la resaca
hasta donde se destaca
Juan de los Santos Arena.

Los yaguaretés también
entonces braman rabiosos,
y los yacarés ansiosos
salir del agua se ven;
lo que fué calma recién
la tempestad desordena;
mientras con el alma llena
de un dolor indefinido,
queda de todo abstraído
Juan de los Santos Arena.

Hasta que al fin del letargo
parece sacarlo el día,
que distante todavía
se vislumbra sin embargo;
entonces al trote largo
suelta al viento la melena
aterrado por la escena
y como huyendo a sus males,
se pierde entre los juncales
Juan de los Santos Arena.

Es ésta la tradición
de estos sitios entrerrianos
que comentan los paisanos
llenos de superstición;
y cuando las doce son
cualquier ruido que suena
en esas islas los llena
de un miedo desconocido,
y se dicen al oído:
¡Juan de los Santos Arena!


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