Mi dueña, desde tu ausencia
vivo huérfano de amores;
no hay alegría en la querencia,
hasta te extrañan las flores.
Vieras, mi dueña, el rosal,
mustias sus flores declina;
se está secando el parral,
deshojando la glicina.
Dueña mía en el jardín
ya no ha quedado un clavel;
marchitado está el jazmín,
sin sombras se halla el vergel.
Y ya no se oye el jilguero
que en la preciosa mañana
trinó alegre en el alero
sobre tu linda ventana.
Prenda, te vengo a decir,
volvé pronto, te lo ruego,
que si tardás en venir
tendrás que llorarme luego.
Si no volvés, mi viejita,
no va a quedar un capullo;
la ramada se marchita,
se muere el paisano tuyo.
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