jueves, 26 de julio de 2012

Presumido el hombre


En el paisanaje viejo,
pero paisanaje flor,
conocí entre lo mejor
a un tal Rudecindo Trejo;
hombre prolijo y parejo
para ensillar y vestir,
y se me sabía ocurrir
cada vez que lo veía,
que en todo él se leí:
¡no puede el gaucho morir!

Era una estampa divina
del hombre puro y altivo,
digno estudio y fiel motivo
del gaucho de la Argentina;
de melena lacia y fina
y elegante hombre campero,
con su vestir y su apero
imponía el mayor respeto,
pues era como un decreto
expulsando lo extranjero.

Vestía de negro merino
chiripá a la pantorrilla,
ensortijada golilla
y un poncho a listas, muy fino;
eran , un medio Argentino
de su blusa los botones,
el oro y los patacones
cubrían su tirador,
y un facón y rastra flor
decían: ¡quedan varones!

Un sombrero que era en fijo
bien gaucho y de lo mejor,
con retranca y pasador
de oro, ajstando el barbijo;
y las botas, yo colijo,
fueron de un potro azulejo;
las espuelas como espejo
se veían relumbrando,
tal como si el sol testando
les legara algún reflejo.

Como en todo presumía,
presumía de bien montao,
y más sobre un colorao
cabos negros, que tenía;
el apero relucía,
pues era deslumbrador;
y para decir mejor
ese hombre así presumiendo,
era un horcón sosteniendo
lo que adora este cantor.

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