miércoles, 16 de julio de 2008

María Chiripá


La conocí en Gualeguay,
pero andaba la julana
siempre en la costa entrerriana
orillando el Uruguay.
Era criolla del Queguay
mas joven pasó p’allá
y hundida en la soledá
de su alma –si alma tenía-
la gente la conocía
por “María Chiripá”.

El apodo lo llevaba
como un abrojo prendido
a un chiripá muy raído
que continuamente usaba;
de nunca se lo sacaba
ni por equivocación,
y usaba en toda estación,
en sus chatos pies calludos,
tamangos de cuero crudo
y espuelas de fundición.

Andaba en un burro enano,
d’esos burros dormilones
que llevan las provisiones
de los arrieros del llano;
mañerazo el porcelano,
“sin agüela” empacador,
“a lo vaca” patiador,
hacía cantar el estribo,
tan matáo… que andaba vivo
de burro y aguantador.

Tenía una oreja cortada
que jamás le retoñó;
cuentan que se la mascó
la dueña en una empacada.
A su pollino montada
la “María Chiripá”,
cruzaba la inmensidá
de la llanura entrerriana
como una sombra pampeana
más zorra qu’el agüará.

Callada, como aburrida,
en un andar sin razón,
como quien sin corazón
entra a amadrinar la vida,
en las yerras comedida
se entreveraba al gauchaje,
marimacho entre el machaje
como el más diestro pialaba
y pa’l fogón arrimaba
los sobrantes del toraje.

Cuando una taba pisaba,
las tauras se estremecían,
y si doble le ponían
con la zurda les tiraba.
Güelta a güelta la clavaba
con extraña habilidá.
Se mentaba por allá:
“como bruja pa’clavar…”
Era un peligro jugar
con María Chiripá.

Un loro muy mal habláo
de siempre l’acompañaba,
y a veces horas colgaba
de los tientos del recáo.
Sobre un mostrador posao
al más empacao encanta;
por todo su voz levanta
en un lenguaje inmoral.
Jué aprendiz de un mayoral
y estudió en una bailanta.

Si a “María Chiripá”
la caña la dominaba,
el viejo loro le hablaba
con mucha amabilidá.
Tranqueando de aquí p’allá
le repetía el rosario,
qué cosas lindas decía.
A la dueña le sabía
todito el vocabulario.

Cuando Iyazuiré rasgueaba
algún malambo aplastáo,
ella “en pedo” y el mamáo
la china lo zapateaba.
Adrede se lo alargaba
(Yo a ocasiones lo reté,
porque siempre respeté
a toda persona de años)
qué indio güeno pa’hacer daño
mi aparcero Iyazuiré.

Y cuando ya la cansera
le cortaba el zapateo,
me parece que la veo:
era “un jaca en la gallera”.
De cansancio y borrachera
cáiba bañada en sudor,
y era tan grande el jedor
y catinga y caña brava
que el gauchaje abandonaba
por un rato el mostrador.

Cantora de media caña,
a veces improvisaba
y casi siempre mezclaba
en versos alguna hazaña;
ponzoñosa como araña,
con un pucho se encendía
y si alguno pretendía
agarrarla pa’la farra
se terciaba la guitarra,
montaba el burro, y salía…

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