miércoles, 9 de febrero de 2011

Oiga mi hijo

Oiga mi hijo: voy a hablarle
como se habla a los varones,
puede ser que mis razones
a usted no le caigan bien;
por eso quiero que entienda,
no sea que se le cuadre
que otro que no sea su padre
lo acuse con más desdén.

Hoy cumple veinticinco años,
es un hombre casi instruido,
de aspecto bien parecido,
rebosante de salud;
como padre, desde niño,
todo siempre se le ha dado:
sustento, ropa, cuidado
con sincera gratitud.

Un hijo que llega a hombre,
inteligente y robusto,
ha de aceptar, sin disgusto,
una lección paternal.
El lisiado, el ignorante,
la humana mueca viviente
es justo y claro que atente
contra su autor genital.

Pero usted físicamente
no tiene ningún defecto
y su joven intelecto
funciona en forma normal;
por eso desnudo su alma
a plena luz, sin misterio,
para hacerle con criterio
un análisis moral.

Usted, amigo, en esta casa
es más padre que su padre,
es superior a su madre,
todo un pequeño señor;
su padre es casi un esclavo,
un lacayo cada hermano
y su madre un peón de mano
a quien riñe en cada error.

Como usted es un nocherniego,
retorna a la madrugada,
hora que de la morada
salimos a trabajar;
y mientras todos bregamos,
a usted no hay que molestarle,
hay que rogarle y llamarle
para hacerlo levantar.

Su madre es una sirvienta,
casi diría una esclava,
de su lengua dura y brava,
de intolerable burgués;
y como una pobre sierva,
cuando penetra en su pieza,
pisa con delicadeza
con la punta de los pies.

Se hace servir mesa aparte
y siempre almuerza a deshora,
hasta tiene planchadora
que no tienen los demás;
son gustos que hace su madre
que nunca le pide un cobre,
claro, dice que la pobre
ya no sabe planchar más!

Me es doloroso decirle,
pero el caso es terminante,
y del dilema imperante,
usted tiene que elegir
por conquistar la migaja
en la labor cotidiana,
o de esta casa mañana,
hijo, tendrá que partir.

Cada especie, por origen,
trae dentro de sí mismo
las formas del organismo
para luchar y comer:
garras, dientes, picos, alas
y todos, todos los días
emplean sus energías
para sustentar el ser.

Por sobre de las especies
el hombre es el más sapiente:
habla, sufre, piensa, siente,
tiene memoria y razón
y debe, por sus valores,
en honor a su existencia,
emplear con mayor conciencia
las virtudes de su don.

El trabajo es el crisol
que todo lo purifica;
el trabajo dignifica
en la tierra y en el mar;
para cuando usted retorne
purificado al regazo,
lo espera un paterno abrazo
en el seno de este hogar.

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