jueves, 3 de marzo de 2011

Un viaje en ferrocarril

¡De ánde se me iba a escapar
la máquina chifladora
que llaman locomotora,
sin que la hiciera bramar!...
El patrón me hizo dentrar
nada más que pa que viera,
y yo dije: ni carrera,
en cuanto esté descuidao,
sale el tren desesperao
echando humo, puerta ajuera.

Y empezó a los resoplidos.
Cuando subí, el maquinista
no me perdía de vista
al verme tan atrevido.
Y me dijo: "¿A qué ha subido?,
aquí no puede viajar;
baje, que puede llegar,
y si lo ve el inspector,
un repunte de mi flor,
es el que me via ligar".

-"Es que yo quiero saber,
le dije, por qué se mueve;
quiero que eso me compruebe,
usted, que pudo aprender.
Cuando lo veo correr
llevando un tren de ganao,
mil veces me he preguntao
con qué diablos se alimenta.
Y cómo es que no revienta
con asunto tan pesao".

Se rió el hombre pa decir:
-"Eso es largo de explicar,
y por más que llegue a hablar,
no lo voy a conseguir.
Cuando el agua empieza a hervir
y se transforma en vapor,
se hace fuerza superior,
que dentro está contenida,
y ande se le da salida
dentra en función el motor".

"Cada pieza en su lugar
se pone así en movimiento,
ya ve que este es un invento
que no lo puedo explicar.
Y aura váyase al lugar
que usté elija en el vagón;
haga allí la observación,
y espero que este paseo
le sirva de diversión".

No había más que obedecer
al mozo que tan atento
quiso explicarme el invento,
que no pude comprender.
Así dentré a recorrer
el tren sólo pa observar,
lo que aura les via contar
si no me falla la mente,
lo que vide en esa gente
que está obligada a viajar.

Dentremos en el salón
que le llaman de segunda
pa que no se le confunda
con el de la distinción.
Ahí se ve la variación
de gente de todo pelo,
que afirmada en este suelo,
con la nuestra entreverada,
vive serena y confiada,
sin temores ni recelo.

Ahí va el ruso, el japonés,
el turco y el italiano;
con el norteamericano,
tan parecido al inglés.
El alemán, el francés,
el belga, el noruego, el checo,
el rumano, el austríaco,
el español, el polaco,
y alguno de algún Marrueco.

Yo, sentado en un rincón
mientras aquel tren dispara,
observo esa gente rara
con la mayor atención.
Oigo la murmuración
de cosas que se preguntan;
pienso que todos apuntan
pal lao de vivir en paz,
y digo pa mí ahí nomás:
"Dios los cría; ellos se juntan".

Es que los que combatieron
pa darnos la libertad,
pa hacer la felicidad
del mundo la patria abrieron.
De ahí que estas gentes vinieron
quién sabe de ánde a buscar
en nuestra tierra el lugar
que los criollos ofrecimos,
por lo que sólo pedimos
voluntá pa trabajar.

Y los dejo. Su carrera
sigue el tren desesperao;
yo me voy al otro lao,
que es el vagón de primera.
Ahí va la gente pueblera,
tranquila y despreocupada,
bien vestida y delicada;
todo ha cambiao de color,
y se respira el olor
de una sala perfumada.

Suavecitos los asientos;
blanditos los almohadones,
allí las conversaciones
aunque esucho, no las siento.
Cualquiera se halla contento
con gente de sociedá,
y se entiende esta verdá
que mi palabra desata:
sin deudas, así, y con plata,
dejuro, hay felicidá.

Pero sigamos bichando
pa que no se corte el cuento,
y el que crea que le miento,
que observe, si va viajando.
Sigo por el tren pasiando,
y me allego al comedor.
Encandila el esplendor,
el lujo y la elegancia.
Yo le llamo en mi ignorancia:
un boliche de mi flor.

Allí todo es reluciente,
del cielo raso hasta el piso;
y uno se siente petiso
si le falta el don de gente.
Pa todo hay que ser prudente
y no pedir nada a gritos,
pa eso están los botoncitos
en la pared del costao,
que en cuanto los ha apretao
llaman con los cencerritos.

Y ya viene el servidor
pa trairle lo que uno pida,
el que atiende el mostrador.
Si uno se queja, el señor
le ha de prestar atanción,
y en aquella situación,
afloja el más enojao.
¡Da gusto verse tratao
con tan buena educación!

Y aura sí; pa terminar
mi relación enseguida,
ande arreglan la comida
tenemos que visitar.
Allí se puede almirar
al hombre trabajador,
cocinao con el vapor
de todo aquél entrevero,
es el pobre cocinero
el alma del comedor.

Allí con sus ayudantes
él prepara las raciones
y desparrama atenciones,
entre salsas y picantes,
al gusto de los viajantes
que a veces son exigentes,
sobre las planchas calientes
la carne chilla encongida
y va largando comida
pa que trabajen los dientes.

Yo me acerqué de curioso,
pa mirarlos trabajar,
y tuve que disparar
por el aire caluroso.
Salí de allí sudoroso,
y cuando me encontré ajuera
refrescando la mollera
pensé que esos pobrecitos
entre sopas, y entre fritos,
son esclavos de primera.

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