martes, 4 de agosto de 2009

El Quencho


Fue una noche de verano
nublada de vino y cañas,
que la muerte dejó el monte
y se emboscó en la cañada.

La luz de los tucapanes
por el camino cruzaba...
Y eran cirios de tragedias,
presagios de angustias largas.

El Quencho y Jesús, hermanos
de sangre que se brindaban
junto al duro trabajo
de sol a sol en las chacras.

Alambradores de oficio
peones de campo, en estancias,
criollos del monte... ¡mi monte!
pobres... hasta en las palabras.

Salvo cuando en el boliche
se topaban con la caña.
El alcohol les desataba
el nudo de las palabras...

El Quencho, era un pan de bueno
y si el vino lo apuraba
¡jamás se lo vio ofensivo
...aun recuerdo su mirada!

Celeste como los linos
en las ruedas de mateada
y enturbiada pero mansa
cuando rondaban las cañas.

Jamás pude comprender
cómo el destino, ¡sin nada!
la suerte de dos hermanos
con pinceladas de drama...

Lo cierto es que aquella vez,
después de una noche larga,
en la esquina del boliche
entre naipes y jarana;
el amancer los vio salir
juntos, sin palabras
con el poncho del alcochol
que nadie bien acompaña.

Un vecino que salía,
madrugador de su chacra,
fue quien trajo la noticia:
"que allá por la cañada,
acostado en el camino,
el Jesús se desangraba..."!

- "¡Fue el Quencho!", dijeron todos
salieron juntos al alba...
-"¡El Quencho mató a su hermano!",
todo el pago sentenciaba.

Y el Quencho manso de siempre
se resignó sin palabras...
y la cárcel le tapó
su imagen de vida mansa.

Mas la justicia del hombre,
y la de Dios que es más alta;
arrimaron a su celda
las luces de la esperanza.

Que se plasmó una mañana
en que llegando a las casas
lo vimos libre al Quencho
¡libres de culpas estabas!

Y mirando sus pupilas,
azules lagunas mansas,
la justicia de los hombres
en ellas se reflejaba.

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