martes, 4 de agosto de 2009

El pialador



Al Dr. Bonifacio del Carril.
In memoriam.


En los campos del Tandil
era caso comentado
cuando ese Pedro Galdós
echaba un pial de volcado.

Como quiera lo pasaba,
conformándose con nada.
A los males de la vida
le jugaba su risada.

De mozo, aunque se impusiera
con esa estampa y bravura,
para las cosas del mundo
era como criatura.

Porque para ser buen criollo,
por cierto, se necesita,
como ese Pedro Galdós,
tener el alma limpita.

Pialar es toda su vida.
Que no le falte el gustazo
de largar todos los rollos
y escuchar silbar el lazo.

Piala por gusto y oficio,
porque el cuerpo se lo pide,
y su lazo preferido
diez justas brazadas mide.

Es de aquéllos de ocho tientos,
los que se suelen trenzar
de cuero de animal flaco
sacado del costillar.

De boyerito, ya andaba
con su lacito en el anca,
probando disposición
en el tiro de payanca.

Y ya mozo hecho y derecho,
nadie como él desenvuelto
para florearse entre todos
con un pial de codo vuelto.

Bien sabe elegir el tiro
según la ocasión y caso,
y armar con el lazo entero
o reservar, por si acaso.

Porque si el pial sobre el lomo
todos los rollos exige,
no es igual si el pialador
tiro de payanca elige.

El que sobre el lomo tira,
con todo el lazo armará.
Que la argolla dé en el anca
desde luego cuidará.

Y dando soga al vacuno
o al bagual que marche al frente,
de la presilla su lazo
sujetará fuertemente.

Como la cosa más fácil,
así, pialando de a pie,
en ese pial sobre el lomo
a Pedro Galdós se ve.

Una vez supo sacar
con la más segura mano
el famoso pial del trébol,
que aprendió de un entrerriano.

Si Pedro Galdós se afirma
cuando tiró todo el rollo,
no lo arrastra un animal,
siquiera un tranco de pollo.

Y, bien abierto de piernas,
sabe, de modo cabal,
la maña que se requiere
verijeando algún bagual.

En ese pial de volcado
-tal vez su tiro mejor_
cae la armada en el suelo
y se abre como una flor.

Y con el justo tirón
en el momento preciso,
ya Galdós está volteando
un toro o un yeguarizo.

Así se le fueron yendo
veinticinco años cabales,
siempre de peón domador
en la estancia Los Carda/es.

A la briosa juventud
sucedió la madurez,
hasta que los tiempos duros
lo rigorearon después.

Para florearse como antes
las fuerzas no le dan más.
Se le volvieron sus días
largos como pial de atrás.

Avanzado por los años,
ya los setenta pasó,
saboreando en el recuerdo
los baguales que pialó.

Digo, por lo que calculo,
pues ya era mozo -¡qué mucho!-
allá, en el 67,
cuando se fundó Ayacucho.

Matero y madrugador,
se mantiene siempre el mismo,
aunque medio agarrotado
por el rudo reumatismo.

Cuando le llega su fin,
no se le mueve ni un pelo.
A los ochenta se fue
para pialar en el cielo.

Tal vez allá, en las alturas,
por un especial hechizo,
advertirá en una nube
la forma de un yeguarizo.


Y en cualquier tiro de lazo
andará Pedro Galdós
pialando, entre nubarrones,
los animales de Dios.

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