viernes, 7 de agosto de 2009

El polo



En el viril deporte
suelen echar el resto
jinetes de resorte
con miembros de repuesto.

Anda cada jinete
clavado en una jaca
que tiene ardor de cohete
y agilidad de urraca.

Por el parejo llano,
dispersos, o en pandilla
galopan taco en mano
por detrás de una bolilla.

A veces a un muñeco
la cuerda se le embrolla,
y suena el golpe seco
de un "mate" que se abolla.

A veces la bolilla
se alza, volandera,
y da en la coronilla
de quien menos lo espera.

Alguno en el ataque
petido y todo rueda,
y como un badulaque
turulato se queda.

Con calma de templario,
satisfecho y sonriente
cualquiera a un adversario
le hace volar un diente.

No es menos peligroso
y hay casos infelices,
en que un petiso brioso
aplasta unas narices.

Un audaz arremete
con ímpetu de hazaña
y el brazo de un jinete
se quiebra como caña.

Que el polo es un conato
de batallas y lizas,
del que se sale ñato,
o rengo o hecho trizas.

Y nos enseña, hermano,
que si morir habemos
como veraz cristiano
el polo aplaudiremos
por ser deporte fuerte:
pero no jugaremos
a estas chanzas de muerte
mientras razón y calma
nos queden para ver
que el de romperse el alma
será deporte
pero no placer.

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