Siete hilos de alambraos
a cada lao de la calle,
y sobresale el detalle
de que están muy bien cuidaos,
los alambres estiraos
que sostiene el esquinero,
son como cuerdas de acero
con sus bordonas prolijas
donde ajusta sus clavijas
un firme torniquetero.
Callejón bien ancho y largo,
por vos pasaba la tropa,
al grito del “¡hopa, hopa!”
de la siesta en el letargo,
quedaron como de encargo
las varillas y tranqueras,
porque vos el paso eras
para la marcha obligada,
que arreaba pa’ la tablada
tropas y tropas enteras.
Entre tus hondas cunetas
aún crecen los duraznillos,
y alzan los cardos castillos
sus espigadas siluetas,
cuántas y cuántas carretas
cruzaron esas mañanas,
que ahora evoco lejanas
en polvorientos recuerdos,
igual que los bueyes lerdos
respondiendo a las picanas.
Viejo callejón, te asomas
tras de los sauces de copas,
y allá muy lejos te topas
con el arroyo y las lomas,
después del puente retomas
tu tradicional anchura,
cruzas un campo ‘e pastura
y allá contra el horizonte,
trasponés el viejo monte
sin pederte en su espesura.
Y moría en los corrales
donde en prueba de tu arte
llegaban de todas partes
centenares de animales;
hoy crecen los pastizales
porque ya nadie te cruza,
ningún tropero te usa
y en tu tranquerón dormido,
hoy te saluda el chistido
de la nocturna lechuza.
Otro camino asfaltao
que no le teme al invierno,
más transitable y moderno,
callejón, te ha desplazao;
que solitario has quedao
sufriendo la humillación
del progreso, callejón,
donde la vista se pierde,
perdura la alfombra verde
cual puntal de tradición.
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