domingo, 9 de enero de 2011

Querencia

(Pintura: "Taperas" Cármen Moyano)
Subido en la cuchilla mira el camino
y, a modo de visera, por ver más lejos,
pone sobre los ojos de sus ventanas
una mano vigía: la de su alero.

Es el cofre de barro de mi inocencia,
es la pena del tibio nido paterno
que en actitud cansada de larga espera
hace mucho que sueña con mi regreso.

Allí está el tala grande de tronco firme
que conoce la historia de mis abuelos;
y como antes me tientan sus frutos de oro,
pedacitos de soles y de luceros.

Los postes que en un tiempo fueron palenque,
los viejos espinillos en el potrero.
Con los brazos del pozo se despereza
la cabeza del horno, siempre con sueño.

Aquí tuve mi mundo de dichas blancas;
aquí me vio la luna cuando pequeño
perseguir silencioso de yuyo en yuyo
estrellitas con alas junto al sendero.

A veces, con los ojos en lo infinito,
envidioso, sentía la voz del viento:
A él le daban guitarras los alambrados
y escuchaban sus cantos de gran viajero.

Y cuando pastoreaba sobre el rastrojo,
montado en el petizo panzón y lerdo,
cuántas veces las vacas se me estraviaron
por andar distraído buscando versos.

Cómo lloré la falta del perro amigo
que se perdió una tarde rumbo al estero
y volvió con bicheras a los tres días
a morir en el patio del rancho viejo.

Cuando pase la muerte por esta choza,
cuando no deje a nadie bajo su techo,
cuando al pozo le borre su caminito
y herrumbre su chicharra con el silencio,

Nadie toque mi rancho... no lo destrocen;
déjenlo en la cuchilla tocando el cielo,
que por seguir soñando con mi retorno
resistirá la furia de los pamperos.

No derriben el tala de tronco firme;
dejen que de su muerte se encargue el tiempo.
No cierren la tranquera que nunca supo
rechazar el cansancio de los viajeros.

Porque cuando me sienta con poca vida
quiero volver al sitio de mis recuerdos
y a la sombra de todo lo que fue mío
dar el último aullido... ¡como mi perro!

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