viernes, 21 de enero de 2011

Mensajes de texto


Se usó en un lejano día
señales de humo, tambores,
guapos chasques troteadores,
y, al fin, la telegrafía.
También la telefonía
fue llegando a todos laos,
uniendo pueblos y estaos
pa bien del Planeta en pleno,
porque no hay nada tan bueno
como estar comunicaos.

Hoy, la inmensa mayoría
se conecta sin demora,
como lo hace a toda hora
la moderna china mía.
Tanto en el séptimo día
como del primero al sexto,
sin que le falte pretexto
manipula el celular,
llegando a cualquier lugar
con los mensajes de texto.

Ayer, en medio al ruidaje
del tránsito pueblerino,
salió a comprara leche y vino,
pilchas y algún maquillaje.
Botoneando un mensaje
cruzó la calle, de a pie,
y, escribiendo no sé qué,
se concentró de tal modo
que, concentrada del todo,
casi la pisa un charré.

Hoy el destino dispuso
que fuera yo a un bodegón
donde me prendí al porrón
hasta ver todo confuso.
Mi mujer, sin hacer uso
de su aparato eficiente,
con una trompa imponente
y una violencia salvaje,
fue a buscarme. Y el mensaje
me lo dio personalmente.

Sin que la magia le falle
de la maquinita esa,
ya en el baño, ya en la mesa,
dondequiera que se halle:
ya en Moscú, ya en Canelones,
ya en Andorra, ya en Misiones,
ya en el Cairo, ya en Florida,
la gente pasa su vida
con el dedo en los botones.

Suelta palomas de viaje,
pero también recepciona
pájaros que otra persona
manda desde otro paraje.
Cuando recibe un mensaje
la famosa maquinita,
cumple su misión bendita
de avisar con un cencerro,
como lo hace cualquier perro
cuando llega una visita.

El destinatario aprieta
cierta tecla, y a su influjo
marcha el mecanismo brujo
sin precisar más receta.
Da la información secreta
que celosamente calla,
logrando en una pantalla
poco o más grande que un chicle,
que la inscripción se recicle
como quien prende una hornalla.

Mi cuñao frena el deseo
de sumarse al mismo trillo
mandando un texto al caudillo
que le prometió un empleo.
Quieto en el molde lo veo,
y, aunque no le teme al trance
de que su discurso avance
por lo inusustancial o chirle,
tiene tanto pa decirle
que no hay pantalle que alcance.

Jacinto conquistó a Ester,
y fue a gritos la conquista
viviendo ella en Bella Vista
y él, cerca de Juan Soler.
Aunque demostró tener
un vozarrón ejemplar,
su "estatus", a no dudar,
lo perdió usando esos modos,
porque así supieron todos
que no tiene celular.

Ya no espero que consuma
sobres de cartas mi china
ni tinta de marca fina
ni lapicero ni pluma.
Les dijo adiós, pues, en suma,
desatiende mis consejos.
Entre los trastos más viejos
todo eso he visto yo,
y el pañuelito que usó
pa saludarme de lejos.

(Pintura: Florencio Molina Campos)

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