No recuerdo pa que fiesta
ni tampoco qué razón,
hubo pa una invitación
de esas que uno no protesta,
y como el caso se presta
pa que sea relatao
áhi va pa'l aficionao
a estos pasajes de apuro.
Dende ya les aseguro
que es pa no ser olvidao.
Cerquita de un tiro'e lazo
tenía de largo la mesa.
La gente estaba en cabeza
como lo reclama el caso,
siendo yo el único guaso
oservao por los varones,
riendo de mis espresiones
las mujeres copetudas,
con las espaldas desnudas,
hasta cerca'e los riñones.
Luces, música y flores
en el salón se lucían
pa mí que en la mesa habían
juntao las cosas mejores,
brillaban los tenedores
y los platos bien lustraos,
los sirvientes estiraos
de maneras distinguidas
al servirnos las comidas
mostraban ser delicaos.
Yo estaba entre dos viejonas
que habían bandiao los cuerenta,
y que perdiendo la cuenta,
se créiban dos remozonas.
Mascaban las comilonas,
como con hambre atrasao,
oservándolas, callao,
pa mis adentros decía:
"¡Qué yunta para una porfía,
qué gurriones pa un sembrao!".
Aunque grinas, las comidas
estaban bien presentadas
no eran dulces, ni saladas,
ni crudas, ni recocidas.
Hubo algunas desabridas,
más yo embuché lo mejor,
y cuando amplié el tenedor
escarbándomé los dientes,
se me jué entre los presentes
un "aruto" de mi flor.
Las viejonas me gritaron:
"¡Es un guarango indecente!",
pero también de repente,
lo mesmo que yo "arutaron".
Las trompitas se taparon,
después de salir el ruido.
Y yo avergonzao, corrido,
me juí haciendo la promesa
de no acercarme a una mesa
donde haiga tanto cumplido.
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