viernes, 20 de mayo de 2011

La tropilla

(Pintura: Francisco Madero Marenco)

En mi tierna mocedad
tuve tropilla de un pelo,
que entonces me daba el cielo
completa felicidad.
Rosillos, con variedad
sólo para mi sencilla,
les causaba maravilla
a cuantos los contemplaban
y alabándome exclamaban:
¡quién tuviera esa tropilla!

Sin echármelas de bueno
digo al que de doma entienda
que no bien fueron de rienda
yugando los hice al freno.
¡Qué conjunto más sereno!
Se paraban con aliño
a mi acento de cariño
y al palmearlos hasta el anca
junto a una yegua más blanca
que la inocencia de un niño.

Eran un platiao de aliento,
de a diez legua sin castigo
y un rosao... que no bendigo,
capaz de correrle al viento;
un malacara que hoy siento,
mojón para los tirones,
un overo de empujones
seguros en el aparte
y un moro que era del arte
de rendir los corazones.

¡Vaya si es fantaseador!
habrán de exclamar en coro,
sin ver que el rosillo moro
fué mi pingo pa el amor.
Suavecito a mi sabor,
de sobrepaso medido,
ni de noche era sentido...
y de nochiar era cosa.
¡Ir con él hasta una moza
era como ir escondido!

Ni uno flojo, liberales
y nobles sin un recelo
quince más del mismo pelo
entropillaban leales.
De alzada y señal iguales
algunos a los mejores,
fueron para jugadores
causa de equivocación
y así más de un patacón
les saqué a sus tiradores.

Jactancioso de mi brillo
entre gauchaje y puebleras,
me perdieron las carreras,
los amores y el cuchillo.
Estando el juez y caudillo
en un juego de sortija,
me propasé con su hija
y la insolencia no alabo:
se tienta a dar con el cabo
quien castiga sin manija.

Con cepo y estaquiadura
quiso el juez curar mi mal
pero yo era bagual
me le resistí a la cura.
Tropezará quien apura,
y yo tropecé esa vez.
Las carabinas del juez
mas que mi daga vaieron.
Una bala me metieron,
y adiós reto y altivez.

De padre, madre y hermanos
las reprimendas sufrí,
y cuando salvo me ví
no hallé amigo en mis paisanos.
Con mis rosillos ufanos
quise echarme campo afuera.
¡Cada flete era una fiera!
Pronto comprendí la broma
al ver mi yegua paloma
degollada en la tranquera.

Lloré como sólo llora
quien vuelto de un batallón
ve en el querido rincón
su rancho en que nadie mora.
¿Quién a una yegua no adora
cuando a su ley entabló,
los de un pelo que domó
hasta pararlos a mano,
mansitos, hechos al grano,
como los tenía yo?

Ultrajado me sentí,
dejé trabajo y querencia,
y llevao por mi demencia
en vago me convertí.
En el moro me perdí
con el rosao de repuesto.
Llevaba en el moro el resto
de mi amorosa confianza
y en el rosao la esperanza
del jugador, por supuesto.

En su pingo de pasear
vino a mi encuentro una moza
y me rogó, muy llorosa,
que no la fuera a dejar.
Cuando se me iba a enancar
di un chirlo a su mancarrón,
quedó a pie y sin dilación
talonié al punto mi moro...
Aquel hecho que hoy deploro
me valió su maldición.

La obediencia a los mayores,
la tolerancia entre iguales,
la pena ante ajenos males,
la bondad con los menores,
todas cuantas son las flores
del jardín de la virtud
rotas por mi ingratitud
con la tropilla quedaron
y las tormentas nublaron
la luz de mi juventud.

No me perdonó su asedio
amigos, la suerte flaca...
Salí de grupa y guacaya
y pronto me vi sin medio.
De balde busqué remedio
en mi rosillo rosao:
lo castigué demasiao,
pues no bien causaba estrago,
yo gritaba "¡mano al trago!",
y el dinero era aventao.

Rebajé a mi parejero
de tanto que lo amolé,
y hasta uñera le saqué
y comenzó a ser mañero.
Yo fuí apostador, rayero,
super ardides a granel;
cuando sin andarivel
gambetié al rey de una pista,
cobré y me perdí de vista...
¡pues era el de un coronel!

Como el gusano del cuajo
atacase a mi rosao,
sin andar con más cuidao
me lo despené de un tajo.
Mi moro, de rienda abajo,
ocurrente parador,
o quizá de burlador,
paró en mi ley justo al toldo
de una viuda con rescoldo
para un huérfano de amor.

Cerdeando yeguas ajenas
no se perdona el mechón.
Yo fué cruel en mi afición
de rubias y de morenas.
Las pagué todas por buenas
en esa ocasión machaza
en que a la china, hecho brasa
le fuí a llorar al costao,
viendo a mi moro parao,
contento, como en su casa.

"Aquí mi pena termina",
me dije, "sentaré juicio;
del trabajo haré mi vicio,
tendré rancho y tendré china."
Pero la mujer ladina
me apuró hasta los extremos.
"Espere que averigüemos
si usté es hijo de cristianos,
y en pazo con padres y hermanos
entonces nos casaremos."

Con eso aumentó mi fuego.
Recordé mis mañas viejas
y adobé elogios y quejas
enristrados en un ruego.
Ella malició mi juego,
salió a llamar a su gente,
me trataron de indecente,
de gaucho de mala vida,
y yo que la vi perdida
me las eché de valiente.

Pelié a sus propios hermanos:
con uno me desgracié;
en mi moro me largué
y me siguieron cercanos;
tres policías livianos
con ellos se me vinieron;
como apurao me tuvieron
soltando al moro las riendas
les fuí tirando las prendas...
No sé si se detuvieron.

Cuando la tarde caía,
cosa de milagro fué,
me vi seguro y noté
que el moro se detenía.
Jamás en la vida mía
me hallé en más triste lugar.
Era aquel un peladar
sin mata de pasto puna
donde en la noche sin luna
atar y echarme a olvidar.

¡Qué habría de olvidar nada
si ya cargaba una muerte!
Rogando a Dios por mi suerte
me sorprendió la alborada.
Con el alma atribulada
más afuera enderecé;
entre matreros me hallé;
fuí boleador, vendí cueros,
y al fin con unos nutrieros
mi existencia empantané.

Nunca pude entropillar,
que apadrinador no había,
y si amansé no tenía
yegua adrede que maniar.
Mi castigo fué montar
siempre ajeno mancarrón,
pero busqué la ocasión
de salirme de la mala,
con el cuidao de quien piala
antes de la parición.

¡Ah mi tropilla de mozo
cuando me inspiró el deber!
Fué el palenque mi saber,
el trabajo fué mi gozo.
Todo sentimiento hermoso
tuvo su pingo ejemplar.
Pero al fin vine a fallar
por el lao que halaga y brilla.
¡Cuide mejor su tropilla
quien no la quiera llorar!

En más de un trance maldito
en que peligrando anduve,
ya un anca partida tuve
más pesado que un delito,
ya un enteco potrillito
que no abandonaba el tranco,
ya un bagual en nada franco,
mezquino y arrebatao,
ya, para más amolao,
un irrisorio lunanco.

Tropezador, pescuecero,
bellaco, disparador,
todo flete de favor
me fué inútil por mañeron:
así un alazán overo,
zafao como mi insolencia,
un gatiao que era evidencia
de mi vieja zorrería
y un tordillo que tenía
más manchas que mi conciencia.

En todo pelo he sufrido,
bayo, zaino o yaguané,
los dolores que causé
y de que me he arrepentido.
Por un afán compartido
me dió, a la postre, un peón
un oscuro mancarrón
como a mis años conviene...
¡Pienso que con él le viene
a mis culpas el perdón!

Maceta como su dueño
el pobre animal me vale:
un trabajito me sale
y con él me desempeño.
De hoy más no abrigo otro sueño
que ser bueno sin apuro,
y resignado y seguro,
com quien sabe su suerte,
en las puertas de la muerte
al fin ataré mi oscuro.

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