sábado, 14 de mayo de 2011

Compañero rancho


A mi amigo y vecino Héctor Rodriguez

Llevamos muncho tiempo en la lomada;
yo con mis potros... la guitarra... el perro...
El, casi solo, casi mudo, casi;
se pasa año redondo entre el silencio.

No se si me conoce todavía,
es insensible y mudo como un muerto
se suele extremecer si el viento es juerte
y a veces tiembla cuando tiembla el trueno.

Le pasan las bandadas sin mirarlo,
-no tiene un arbolito pa remedio-
el camino le cruza y nunca llega
anque a veces le arrima algún viajero.

Si es largo un temporal, las batarazas
se allegan por la noche en busca'e techo,
le llenan las soleras de graznidos
redondas las miradas por el miedo.

Al verlo tan ahumao y tan sin paja
me han dao ganitas de prienderle juego;
dispués me amansa su calor, pensando
en mis noches a campo de tropero.

Me ensilla con sus bromas de mal gusto:
ande hubo, ni sé cuanto un hormiguero,
escuende yararacas arrolladas
y me las pasa frías cuando duermo.

A veces, cuando junto al bracerío
entibio mi cancera y amargueo,
me arrima con un hilo de su baba
tremenda araña pa correrme el sueño...

En otras juega con los vientos chúcaros:
al más arisco de ellos, al pampero,
le hace adios al pasar con unas pajas
se corta en ellas y se va juyendo.

Un verano de moscas tornasoles,
cribada tierra y pastizal reseco,
con un sol empacao a media tarde;
nos rodiaron las llamas de un incendio.

En grandes nubarrones de ceniza,
en llamas tremolantes, humo negro
y un trueno de yeguadas sierra abajo
se extremecían juntos, sierra y cielo.

-los yuyos siempre me gustaron muncho,
los dejaba crecer con vicio y frescos
pa que aromaran los terrones ásperos
y encendieran florcitas en mis sueños.

Y al ver las llamas acercarme ¡ébrias!
como fantasmas estribando en ellos,
uñí la yunta y rodié de surcos
a camellón por vara el rancho viejo.

Y lo salvé nomás de las cenizas;
se alejaron las ruanas llano adentro
espantando ñanduces y yeguadas
hasta saciarse en el pajal inmenso.

Le dí gracias a Dios hecho una sopa!
Me arrecosté al palenque, y al pañuelo
arrollao como pájaro con frío,
le esprimí mi cancera en sudor negro.

Miré mi rancho pa correrle el susto:
y él, como nada, indiferente, quieto;
muestrando sus costillas renegridas...
Sabe Dios desde cuando estaba muerto.

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