lunes, 10 de mayo de 2010

Oiga...Pulpero...

¿Qué le importa a denguno, si me mamo?
¿Me pagan eyos el consumo, acaso?
Venga, pulpero; enyéneme este vaso,
que yo soy un tranquilo ciudadano.

De mi, no tendrá quejas, me supongo!
Ni fresco ni mamao, le doy trabajo!
Yo solo, en un rincón, tayo y barajo
y a naides incomodan mis resongos!

Pero eso sí: que no se me presiente
ni uno solo vestido'e polesía,
porque ahí se desconcierta la armonía
y hasta me sé poner, medio insolente.

¡No es pa menos también! ¡Cha que los velen!
Lo que hicieron conmigo, jué inhumano!
No puedo concebir, que haya crestianos
que ansí como eyos, en el mal, se encelen.

Veinte años me tragué; ¡cuasi una vida!
Metido en las tinieblas de una celda,
con un traje rayao, como una cebra
y el alma entera, de vergüenza herida.

¿Será posible, que el Señor del cielo,
mire ansina, con tanta indiferencia
lo que sufre el mortal, en su esistencia
sobre este fango, que le yaman suelo?

Yo que soñé en mi juventú florida
con ser un hombre güeno, y de provecho,
al fondo del abismo, jui derecho,
como cosa olvidada o maldesida!

Pensé en las glorias del ayer risueño;
quise ser, como el sol de su bandera;
conoser de las dichas, las riberas,
siendo de mi ambisión, señor y dueño.

Cráiba poder acariciar un día
la imagen del amor, en una cuita;
besar la frente de una noviesita
de vos, como seleste melodía.

Serrar los ojos de la madre aqueya
que me yamó en su fúnebre agonía
y en su ataú, sobre la frente fría,
volcar mi yanto, al feneser mi estreya.

Pensé en un porvenir, color de rosa;
en el trabajo honrao, en la noblesa,
y hoy solo tengo blanca la cabesa
y el cuerpo, a medio cáir, entre una fosa!

¡Cuánto sufre en la selda, el impotente!
¡Cuánta amargura, se sacude en su alma
y yora y gime, entre la negra calma,
de aquel muro infernal, el inosente!

Yo que jamás maté; yo que sentía
por el mundo, los seres y las cosas,
admirasión sinsera y respetuosa
dando al nesesitao, cuanto tenía;

juí el destinao, a soportar, silente,
el injusto castigo de una pena
y el bochorno mordas, de una condena
por el capricho vil, de un inconsiente!

¡Ah, humanidad; que revolcás infausta,
la más sagrada dinidá del hombre
y de odios vas plagando tuito el orbe
con tu consensia pútrida y nefasta!

¡En fin! Pa que pensar; si es preferible
buscar en el alcol, un poco'e calma
y emborrachando el cuerpo y hasta el alma
entregarse a la muerte, inasesible!

Oiga, patrón; no yeve la boteya.
Eche hasta que se vuelque, que yo pago,
y dejemé si en ucasiones vago,
buscando en las alturas, esa estreya.

Quiero fresco o mamao, ver si converso
con quien me dio la lus de la esistencia,
aqueya santa, que mató mi ausensia,
la dueña'e mis plegarias y mis versos!

Necesito, con eya, confesarme,
y con este puñal, clavao de punta,
cortar de mi esistencia la coyunda
y a su lao, como en antes, arruyarme!

Y a mi alma volverán las horas beyas,
dispués, verá pulpero, como unidas,
al ganar la región desconocida,
briyarán en la noche, dos estrellas.

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