lunes, 30 de junio de 2008

¡Qué ocurrencia!...



Trajo el patrón, pa la estancia,
un toro fino, importao,
y creo que lo había comprao
en Inglaterra o en Francia.
Un animal de prestancia
con más cuidao que una alhaja,
y pa sacarle ventaja
mejorando los planteles
dormía el toro en "Los Jagüeles"
en cama de buena paja.

Yo pa ese entonces, me acuerdo,
redomoniaba un picazo
que era más "pronto" que hachazo
pegao con el brazo izquierdo.
Y como nunca fui lerdo
pa enseñar un animal,
como un hombre liberal
pero con mala intención
saqué al toro del galpón
pa soltarlo en un corral.

Monté y después, despacito,
-como escondiendo una treta-
al toro, por la paleta,
le pegué un empujoncito.
Escuchó el picazo un grito
con mi acento varonil,
y sarandeando el cuadril
se dió el toro a disparar,
y ahí se lo entré a "descolgar"
a dos velas y un candil.

Como el pingo tenía rollo
le iba gritando certero:
¡acomodate extranjero
que te está golpiando un criollo!
De entre las patas, un pollo,
salió con vida arañando,
todo asustao, cacariando,
pasando alguna penuria
cuando yo en toda la furia
traiba al toro recostando.

Después... para qué les cuento...
se apareció el mayordomo,
malísimo, hinchando el lomo,
hasta quedar sin aliento.
Me parece que lo siento
gritar desde la tranquera;
más colorao que una hoguera
estaba loco de atar,
y...¡ya lo mandé a "pasiar"
con una frase muy fiera!

Cuando lo supo el patrón
enseguida me pagaron
y como a un perro me echaron
sin darme una explicación.
Pero si esa tentación
me costó una sacudida
aunque pierda otra partida
no hay cuidao que retroceda,
¡y seguíré mientras pueda
haciéndome el gusto en vida!

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