lunes, 30 de junio de 2008

La llovizna.


Aclaración:(Este tema originariamente se llamaba: "El día en que las copiosas precipitaciones desbordaron las posibilidades de defensa de los pobladores de un vasto territorio de un área deprimida de nuestra provincia").

Todo empezó a media tarde
cuando un viejo salió afuera
y así como una zoncera:
hablar de sabiduría,
dijo que le parecía
que ese día iba a llover.
Pero mucho no iba a ser,
a lo sumo cuatro gotas
nadie preparó las botas
y en efecto entró a llover.

El viejo les había dicho
mirando la luna llena
que ni valía la pena
que amasaran torta frita.
La cosa iba a ser cortita,
una nube pasajera;
no había peligro e goteras,
el viejo un poco le erró:
y así fue como llovió
once semanas enteras.

Llovía como en Europa,
o sea, de arriba pa' abajo
las viejas pelaban ajo
y en la estancia "el Avestruz"
se había cortado la luz
ese día justamente.
Es por eso que la gente,
que narra esta trayectoria
si no le erra mi memoria
y yo mal no los educo:
se estaban jugando un truco
a lo oscuro, de memoria.

Se había juntao tanta agua,
hasta el altor de la mesa.
Se les veía la cabeza
a los que estaban sentados
y seguían encarnizados,
orejeaban chapoteando,
iban los naipes flotando
de muy náutica manera,
en fuentes y compoteras
que ahí oficiaban de bote
casi oxidado el cogote,
verde de humedad la pera.

Un rey de copas remando
con el canto del as de espada
pasó que se las pelaba
en un plato hondo y veloz.
Una sota andrajosa
daba lástima de verdad,
muy mojada y además
ya casi azul por el frío:
el panorama invadido
por los bichos de la humedad.

En vez de mezclar los naipes,
los paisanos, escurrían,
estiraban, retorcían,
y ahí nomás le seguían dando.
Se les iban oxidando
los oros y las espadas,
los bastos se les brotaban,
las copas estaban llenas;
pues iban buenas y buenas
y ninguno le aflojaba.

Ya para el segundo treinta
los petisos ni hacían pie
prender fuego, haigalé,
si estaba todo mojado.
Los fósforos denigrados
por un destino pluvial
reflotaba cada cual
lo mejor que se podía
y la lluvia que seguía
cargosa en el vendaval.

Los porotos pa' anotar
con semejante humedad,
germinaban y ahi nomás
eran plantas de poroto.
Estaba el equilibrio roto,
en la madre biología,
los perros medio se hundían
de nadar acalambrados
y en el techo acomplejados
los gatos sobrevivían.


Los sombreros ida y vuelta
salvataje de gallinas,
sapos, ranas y sardinas
formaban sus procesiones
algunos patos silbones,
veintinueve gallaretas,
cadáveres de tijeretas,
alpargatas y chimangos,
eran objetos flotando
a la altura de la jeta.

El agua ablandaba todo:
disolvió una mortadela
y arrastró catorce abuelas
que miraban el torneo.
Todo se puso más feo
cuando uno de los presentes,
va y rompe inocentemente
el flotar de una botella,
detergente había en aquella
y otra desgracia se suma
la casa llena de espuma
y pánico que atropella.

Al final la correntada
los arrastró a una laguna
y le cortó treinta y una
a un viejito protestón.
Había llovido un montón
y un gaucho que se asomó
con la dialéctica ¿vió?,
tan típica del paisano,
dijo cruzando las manos:
-"La pucha: ¡cómo llovió!".

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