martes, 16 de noviembre de 2010

No hay gaucha como la mía

(Foto: Luis P. Hardoy)
Son el hombre y la mujer,
animalitos de Dios
hechos pa que de los dos
se haga como un solo ser.
Si los añuda el querer,
hay en el rancho alegría,
pero si anda la falsía
deshaciendo la atadura,
dentra a tallar la amargura
y el nido pronto se enfría.

Dende que se hizo pueblera
mi gaucha se ha remozao
y yo ando desesperao
al verla linda y mañera.
Pa ella la plata es soncera,
dentra a las liquidaciones,
y gasta mis patacones
en trapos que no precisa
pa después con su sonrisa
sofrenar mis aflicciones.

Del rancho ya se ha olvidao,
vive en un departamento
ande pa mi descontento,
debo subir enjaulao.
Tiene un fogón enlozao
ande almirao este bruto
vido cómo en un minuto
se formó llama sin brasa
por un vientito que pasa
encerrao entre un cañuto.

La otra noche, cai vencido
cuando me puse a apagarlo,
gasté mi juerza en soplarlo
y el fuego seguía encendido.
Cuando mi prenda me vido,
se burló de mi porfía
y con gran sabiduría
cortó el fuego en un momento,
esto de encender el viento
¡es cosa de brujería!

Se pone los polvos flojos,
suavesitos con un cisne,
y un cepillo con tizne,
le da más brillo a sus ojos.
Para gritar sus enojos
tal vez ninguna le gana,
hasta ayer, jué mi paisana
de pelo oscuro tapao.
En la ciudad ha pelechao
y está tirando alazana.

Yo aflojo sin rezongar,
dejo que haga lo que quiera,
sé que la vida pueblera
muy pronto la va a cansar.
Que mi rancho ha de llenar
otra vez con su alegría
y así como antes lo hacía,
diré pa que oiga cualquiera:
Aunque la cambien de ajuera
no hay gaucha como la mía.

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