No sé el tiempo en que apestao
andaba sin acomodo.
Pa comer, comía de todo,
sin desperdiciar bocao.
Y siempre como atorao,
con vientos a discreción.
Me ponía rezongón
por la enfermedá maldita,
y andaba con la pancita
como pichón de gorrión.
Me vieron muchos dotores,
muy afamaos y estudiosos
y mil remedios costosos
tomé contra mis dolores.
Los hombres observadores,
que eran pa mí gente amiga,
dijeron: tal vez consiga
curarse pronto el paciente
que tiene seguramente
"diezpiezas" en la barriga.
Y así, entre pellizcones,
masajiando, me estaquiaron,
con atención escucharon
los ruidos de mis rincones.
Hacían revoluciones
las tripas, como enojadas,
y yo seguía a las arcadas,
pa echar juera aquel viento
causante del sufrimiento
y mis rabias empacadas.
Uno dijo: -"No hay que hacer,
las "diezpiezas" hacen ruido,
tiene algo más escondido,
que no se lo puede ver.
No habrá tiempo que perder,
si lo queremos curar.
Naides puede recetar
no siendo sobre seguro,
y pa no andar a lo oscuro
todo eso hay que retratar.
Los rayos, no han de fallar,
y sabremos enseguida
en qué sitio está la herida
que tanto lo hace penar.
Mañana, se va a tomar
tempranito esta ración:
y me dieron un porrón,
y no sé lo que tendría
pero a mí me parecía
agua, tiza y almidón.
Así jué: al otro día
me tragué la mezcolanza,
preparando así la panza
pa aquella fotografía.
Una luz verdonga había
al frente del aparato,
me tuvo el dotor un rato,
después me dijo: ya está,
mañana mesmo saldrá
lo que tiene, en el retrato.
Y güeno: ¿Pa qué contar,
lo que salió en la figura?
Todo era mancha oscura,
que nunca pude aclarar.
En eso tenián que hallar
la causa de mis dolores,
¡bien haiga, con los dotores,
que así curan al tanteo!...
¡La pucha!... que es bicho feo,
el hombre en sus interiores.
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