lunes, 2 de marzo de 2009

El despido



Secundino Barbosa era mi amigo.
Cuando nací, ya estaba de pión en casa;
y dejé de gatiar pa dir prendido
de su modesto chiripá de apala.

Supe ser, de gurí, flor de cargoso.
No tenía prienda que me conformara,
y ái andaba Quindín, qu´era su apodo,
pescándome la luna en las cañadas.

Lo tengo bien patente en el ricuerdo
de la noche´el asalto de la estancia;
fortín de piedras que melló en sus tiempos
mucho malón filoso de l´indiada.

Tata´bía acantonao, pa´defenderse,
su personal de crédito en las casas;
y mama, como encinta de la muerte,
pasiaba un delantal preñao de balas.

Yo dentré a tener miedo, pero en esas,
al rejucilo anaranjao di un arma,
lo ví´ a Quindín Barbosa hecho una fiera,
meta trabuco al lao de mi ventana.

Y el miedo se me jué; m´entró sueñera,
y al bárbaro arrorró de las descargas,
clavé el pico y soñé la noche entera,
que aquel gaucho era´l Angel de la Guarda.

Pasó lerdiando el tiempo, que´s el modo
que tiene de pasar por la campaña,
y en mi amigo hallé un máistro que gustoso
me diba rasquetiando l´inorancia.

M´enseñó a hacer trencitas y retobos,
y enriedao en los tientos y las pláticas,
me dio el secreto ´e la virtud del criollo,
que es ser juerte y sobao, como las guascas.

Y era de comedido y bondadoso...
De recorrer el campo siempre tráiba
p´al "patroncito", un aperiá o un zorro,
o algún pichón de tero o de calandria.

Nunca más viá olvidar la tarde aquella
cuando él jué a racionar la caballada,
y yo, atado al tilín de sus espuelas,
me arrimé a pirichar cómo lidiaba.

Rellenó un imbornal pal doradiyo,
que´ra un diablo importao, orgullo e´tata,
idioso el condenao y decidido
pa´distribuir los dientes y las patas!

Ni me le había arrimao, cuando ví el brillo
de sus ojos salvajes, odio en llamas,
me abrasó la clinera; los colmillos
rajaron como un trapo la distancia.

Sentí un derrumbe y me asombró el padrillo
pataliando en el suelo entre boquiadas,
mientras el puño alzao de Secundino
era un ñudo en la lonja de la guacha.

Y ái tiene, ¿ve?, por eso jué el despido.
El puro había costao su güena plata,
y el hombre no explicó lo sucedido,
porque quedaba mal que lo explicara.

Salió del escritorio como ido...
Ya estaba en el palenque´l malacara
y se puso a ensillarlo dispacito,
como quien gusta revisar las garras...

Dispués armó un cigarro; en rudo mimo
me palmió la cabeza; la mirada
se l´enllenó de estrellas... Dio un suspiro,
y se secó la frente con la manga.

Ganao por un apuro repentino,
hizo caracoliar al malacara,
y agarró por la güeya al trotecito...
Yo, recién compriendí lo que pasaba,
y no sabía qué hacer ¡era tan chico!

La pena m´hizo un ñudo en la garganta
que redepente desaté en un grito;
el sol voltió a mi lao la sombra e´tata:
¡Se va, tatita, se me va´l amigo!
¿Quién va´pescar mi luna en las cañadas,
cuando el viento cerrero traiga arisco
sus tropillas de miedo hasta mi almohada?

Y desfleque el chilcal los alaridos
del lobizón, y tiemble la perrada.
No va´star el trabuco´e Secundino
como un sol de coraje en mi ventana.

Jué pa´salvarme que mató al padrillo!
me jué a morder y el l´abajó la guacha!
Como él dijo dispués: "estaba escrito..."
¿Me lo va´echar? ¿Al Angel de la Guardia?

Tata era un hombre güeno, compriensivo,
le dolió aquello, ¿sabe? Sin palabras
salió hasta la tranquera; dio un chillido,
y sofrenó el bagual el Secundino
con un tirón que lo sentó en las patas!

Corrió pa´regresar, eco ´e cariño
recogiendo el largor de la llamada...
"Mande, patrón...

--Quedate, Secundino,
el gurí no quiere que te vayas.


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