No es ésta una canción
para el atormentado madero
que me acompaña,
sino para la secreta guitarra
que origina mi canto.
Esa que, como el cardo,
abre una flor azul y deja que el viento
se la lleve en semillas.
I
La hallé en el monte enredada
por el cipó y las enviras
pozo de tiempo, su boca
conservaba todavía
plumas que fueron de un nido,
de alguna cabeza indígena,
o de las alas de un canto
que amaneció en agonía.
Fue casi al llegar al fondo
de alguna senda perdida
donde hasta la luz se agacha
para cruzar fugitiva,
y en lento desovillado
la yarará se desliza.
Hoy más que nunca comprendo
la tristeza que sentía.
Mi raza siempre la tuvo
sobre el pecho adormecida,
la untó con barro de estrellas,
la vistió de lunas finas,
le dio púrpuras heroicas,
y con seda en las clavijas
le imaginaba cabellos
para brindarle caricias.
Cuando la encontré esa tarde,
como olvidada o perdida,
la poblaba un gran silencio
de pájaros con llovizna.
(Es que el monte reposaba
tras la última crecida,
memorioso de naufragios,
y sus vapores prendían,
de las ramas muertas, formas
deshilachadas y efímeras.
No quedaba un solo nido,
ni un solo piar se oía).
Me corrió un frío de muerte
por la sangre más antigua.
Con varios filos de lunas
le fui cortando las fibras
que apretaban entre sombras
su largo cuello de niña,
y le hallé un clavel del aire
florecido en las clavijas.
Me la traje sol afuera.
Sobre un rezo de cuchilla
donde crecen las auroras
de mi pago, donde inicia
su portada el arco iris
cuando escampan las lloviznas,
le escuché medroso el pecho,
la abrigué con mis caricias,
y el buen sol de aquél ocaso
con su roja frase tibia
la bañaba en el concepto
luminoso de la vida.
II
En la rueca de la luna
hilé seis angustias mías;
con ellas hice una escala
luminosa de agua limpia
para entrar a mi guitarra
como una gruta perdida,
y allí estaba el olvidado
cielo de la gauchería;
telaraña con rocío
de estrellas adormecidas
cerca de Dios en la noche
donde la copla suspira;
pago azul recuperado
para el tropel de la cifra;
para que el alma de España
le cante a la raza india
por las rejas de la lluvia
con pena de vidalita;
para que el gaucho no muera;
para que nadie me diga
que ha muerto hace mucho tiempo
crucificado en la risa
con un alambre de púas
como corona de espinas.
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