miércoles, 1 de noviembre de 2017

Criollo (Recitado)


Ser argentino no era suficiente
para aquella progenie.
Argentino era el nombre comarcano
de la patria naciente;
pero el hombre
-ese cachorro mítico de puma-
todavía peleaba un territorio;
nombre, color y planta,
sangre bajo los cueros y las plumas.
Donde cayó el nativo
desde su testa sometida y bárbara
y el español de sayo y catecismo
su piafante epopeya cabalgara;
sobre el tributo de las lanzas rotas
el gaucho se encarnaba.

El gaucho: ese bastardo.
Ese mitad infiel, mitad cristiano,
suspendido en la historia sin encontrar lugar,
ese pequeño cristo americano;
que se batiera a lanza y a cuchillo,
soldado compulsivo en la frontera,
carne de peón, altivo y sanguinario,
matrero perseguido, chúcaro de la ley,
el condenado;
el que cayera al fin bajo las balas
del rémington certero
y el fuego lo engendrara otra vez
con un nombre inmortal:
el Martín Fierro.

No.
Aún tenía que llegar aquella gente.
Los que hacinaban las oscuras sentinas de los barcos
con bártulos de parias;
los que traían sus viejas herramientas
y su resignación y su nostalgia.
Los gringos, sí.
Con ellos
se tallaría este rostro americano:
con los ojos azules,
la negra crencha india,
rubio, trigueño, blanco,
el criollo;
un rostro adolescente de cien años
mestizando la historia;
arrullo de las últimas torcazas
sobre el rastro dormido de las fieras
en el umbral abierto de esta tierra
hacia la primavera.


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