jueves, 29 de septiembre de 2016

Tristeza



Mis manos estaban prontas
a pulsar una guitarra,
tal vez a escribir un verso
que diga cosas de amor,
o le cantara a la vida,
a la luna, al sol o al agua.

Y se quedaron muy quietas,
casi mudas de angustiadas,
cuando interrumpió mi mundo
la imagen de un noticiero
que me hablaba de metralla.
La imagen de un noticiero
que me mostraba la sangre
coloreando la pantalla,
y se ensañaba mostrando
lo horrible de esa matanza.

Mas no se equivoque nadie
que me escuche estas palabras:
no me asustaba la muerte
de aquellos hombres que estaban
matándose por sus causas.

Lo que a mí me horrorizó
fue ver calles tachonadas
con cuerpitos muy pequeños,
mojados de aquellas manchas
que indicaban que sus vidas
en ese lugar no estaban,
porque no distingue a niños
la crueldad de las balas.
Porque nunca entenderán
los dueños de la metralla
que los niños no pelean,
sino que sufren su causa,
que es la causa de la paz,
del amor, el pan y el alma.

Por eso nació mi angustia
y se calló mi guitarra.
Por eso me avergoncé
de ser de la especie humana.
Porque si bien es cierto
que es muy lejos la matanza
yo no olvido que son niños,
aunque sean de otras razas,
y que no tienen la culpa
que haya hombres con sus causas
que por imponerlas mueren,
que por imponerlas matan,
olvidando que los niños
son los dueños del mañana,
y que si los niños mueren
también muere la esperanza.

Por eso nació mi angustia
y se calló mi guitarra.
Por eso le pido a Dios,
por tanta muerte sin causa,
que a la peste de las guerras
no le permita jamás
ni arrimarse por mi patria.

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