jueves, 29 de septiembre de 2016

El salto de Ascochinga



En Córdoba, en las montañas,
se relata una leyenda
en que el robo de una hacienda
terminó con una hazaña.
Era el carnear vieja maña
del gauchaje americano,
y un honor para el paisano
que, perseguido, sabía
pelear a la policía
frente a frente y mano a mano.

Cortada a pique en un abra
se desploma un precipicio,
abajo se oye el bullicio
del río que causa el abra.
La cristalina palabra
llega muriendo a la altura
y se pierde en la espesura
de un inmenso matorral,
donde traduce el zorzal
las glorias de la natura.

Era Peralta un cuatrero
de historia larga y mentada.
No escapó de su cuereada
ni siquiera un estanciero.
Audaz, vaquero, matrero,
al atardecer caía,
su largo arreador tendía
y una tropilla apartaba,
y al tranquito se marchaba
riendo de la policía.

Una tarde, el sol poniente
desfallecía en el monte
flanqueándose el horizonte
de un escarlata candente.
Sobre su moro sonriente
y arriando una tropa ajena,
iba el cuatrero Peralta,
con la conciencia serena
y con la frente muy alta
echada atrás la melena.

A hachazos con los zarzales
marchaba abriendo picada
en dirección a la aguada
para abrevar los bagüales;
los ásperos matorrales
abandonaba al tranquito,
cuando oyó de alerta el grito,
y distinguió al alazán
del sargento Perafán,
el más raudo del distrito.

Un estridente alarido
resonó por la espesura,
alzó la cabalgadura
para huir el perseguido,
y al encontrarse perdido
y cortada toda huída
dio un grito a la gente unida,
destemplado, agrio, salvaje
y soberbio en su coraje,
jugó en su moro la vida.

A la espalda, la jauría;
adelante, como un dique,
aquella barranca a pique
que a su fuga se oponía,
no doblegó su energía.
Erguido, soberbio, fiero,
soltó el riendaje ligero;
luego, del poncho se despojó
y en los ojos lo envolvió
de su noble parejero.

Y los bastos seculares
se hundieron en las caronas,
se quejaron las lloronas
al desgarrar los hijares,
y el moro sangrando a mares
se abalanzó al borde mismo,
y en un supremo heroísmo
jinete y potro rodaron,
y al rodar se separaron
pa´ juntarse en el abismo.

Emocionante coraje...
Al pasar el estupor
y lanzarse en su furor
a la avidez y al abordaje,
atónito el paisanaje
vió que aquel gaucho bravío
cruzaba nadando el río
mirando altivo a la roca,
y golpeándose la boca
en señal de desafío.

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