En Córdoba, en las montañas,
se relata una leyenda
en que el robo de una hacienda
terminó con una hazaña.
Era el carnear vieja maña
del gauchaje americano,
y un honor para el paisano
que, perseguido, sabía
pelear a la policía
frente a frente y mano a mano.
Cortada a pique en un abra
se desploma un precipicio,
abajo se oye el bullicio
del río que causa el abra.
La cristalina palabra
llega muriendo a la altura
y se pierde en la espesura
de un inmenso matorral,
donde traduce el zorzal
las glorias de la natura.
Era Peralta un cuatrero
de historia larga y mentada.
No escapó de su cuereada
ni siquiera un estanciero.
Audaz, vaquero, matrero,
al atardecer caía,
su largo arreador tendía
y una tropilla apartaba,
y al tranquito se marchaba
riendo de la policía.
Una tarde, el sol poniente
desfallecía en el monte
flanqueándose el horizonte
de un escarlata candente.
Sobre su moro sonriente
y arriando una tropa ajena,
iba el cuatrero Peralta,
con la conciencia serena
y con la frente muy alta
echada atrás la melena.
A hachazos con los zarzales
marchaba abriendo picada
en dirección a la aguada
para abrevar los bagüales;
los ásperos matorrales
abandonaba al tranquito,
cuando oyó de alerta el grito,
y distinguió al alazán
del sargento Perafán,
el más raudo del distrito.
Un estridente alarido
resonó por la espesura,
alzó la cabalgadura
para huir el perseguido,
y al encontrarse perdido
y cortada toda huída
dio un grito a la gente unida,
destemplado, agrio, salvaje
y soberbio en su coraje,
jugó en su moro la vida.
A la espalda, la jauría;
adelante, como un dique,
aquella barranca a pique
que a su fuga se oponía,
no doblegó su energía.
Erguido, soberbio, fiero,
soltó el riendaje ligero;
luego, del poncho se despojó
y en los ojos lo envolvió
de su noble parejero.
Y los bastos seculares
se hundieron en las caronas,
se quejaron las lloronas
al desgarrar los hijares,
y el moro sangrando a mares
se abalanzó al borde mismo,
y en un supremo heroísmo
jinete y potro rodaron,
y al rodar se separaron
pa´ juntarse en el abismo.
Emocionante coraje...
Al pasar el estupor
y lanzarse en su furor
a la avidez y al abordaje,
atónito el paisanaje
vió que aquel gaucho bravío
cruzaba nadando el río
mirando altivo a la roca,
y golpeándose la boca
en señal de desafío.
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