A la estancia "El Ruiseñor"
después que el sol se había entrado,
con el caballo cansado
llegó un gaucho payador.
Cualquiera al verlo cantor
pensaría que era feliz
pero él buscaba el matiz
que trae la vida sonriente
y cada arruga en su frente
parecía una cicatriz.
Hizo rueda en el fogón
y una moza que allí estaba
le preguntó si cantaba
le contestó su intención.
Corrió hacia la habitación
volviendo en el instante
después en forma galante
dijo la moza bizarra:
-"aquí tiene mi guitarra,
quisiera que en ella cante".
Tomó el sonoro instrumento
y ensayó un preludio suave
como el gorjeo de un ave
herido de un sufrimiento;
después elevó su acento
que parecía un gemir,
muchos creyeron oir
a un melodioso jilguero
cuando este triste trovero
puso todo su sentir.
La mocita emocionada
dijo: "gaucho no se ofenda,
"mi guitarra es una ofrenda
"y usted la tiene ganada.
"Se verá siempre templada
"que lo sabrá acompañar,
"y en ella podrá cantar
"la desdicha de su amor
"y no olvide payador
"que a su dueña hizo llorar".
-"Gracias paisana hechicera",
exclamó el mozo al instante,
"y esta guitarra vibrante
"será mi fiel compañera.
"La llevaré en mi carrera
"ya que usted me la obsequió",
con cariño la estrechó
como a una novia se agarra,
cuando él besó la guitarra
la moza se estremeció.
Un paisanito taimao
que en vano la pretendía
resultó que a sangre fría
el cuadro había presenciao.
Se acercó disimulao,
fuertemente saludó;
él también felicitó
pero en forma inesperada,
se le escapó una mirada
que el viajero comprendió.
Dende entonces aquél trovero
para eludir un reproche,
decidió esa mesma noche
de seguir su derrotero.
Les dijo que era un matrero
que lo sabían perseguir,
y ya disuesto a partir
dando la rueda la mano,
imaginó que el paisano
muy cerca le iba a salir.
En cuanto dejó la estancia,
allá en el primer bajito,
de "¡alto!", le dieron el grito
a muy cortita distancia.
Con aptitud y arrogancia
estaba el otro nación,
echando mano al facón
le exclamó firme en la huella:
-"Me das la guitarra de ella
o te parto el corazón".
El que llegaba se apeó
y los facones chispearon,
y en cuantito se trenzaron
un cuerpo se desplomó.
El matrero en pie quedó
aunque de sangre cubierto
con su facón y el del muerto
clavó allí una cruz de acero
se persignó aquél trovero
y se fue rumbo al desierto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario