Al río Yi
El río, rumbo que canta,
fue mi maestro primero;
junto a su espejo viajero
creció indígena mi planta;
él me puso en la garganta
las voces elementales,
cuando en tardes estivales
pasaba verde su canto,
como un torrente del llanto
vertido por los sauzales.
Azul de noches serenas,
penas de cielos nublados,
cantos, de cantos rodados
rodando por sus arenas;
ternuras dichas apenas,
rebeldías desbordadas,
súbitas luces robadas
a los cielos invernales,
cual si templara puñales
en sus entrañas heladas!
También yo templaba un rayo;
con avaricia febril,
juntaba estrellas de abril
para los versos de mayo.
Miré pasar, de soslayo,
mis colores alboreros;
buscaba los verdaderos
acordes del sentimiento,
junto al relincho del viento
desflecado en los esteros.
Y ambicionaba el arrullo
milenario de mi río,
para hacer el viaje mío
con la música del suyo;
cierta noche, en que un cocuyo
pitaba en su placidez
alcé mi canto y tal vez
por orgullo, o por halago,
me puso el cielo del pago
con estrellas a los pies.
Y crucé por su picada
milagrosa de reflejos,
y él me ascendió cantos viejos
por la sangre iluminada;
limpia luna, cincelada
por su peregrinación,
cuajó el primer medallón
de mi rastra; y ya en la orilla,
me encendió la maravilla
del lucero en el talón!
Destino dulce, y amargo,
de rumoroso sendero,
salí armado, caballero
del canto y del viaje largo;
he dejado, sin embargo,
tan honda raíz en él,
que aún soy sobre el tiempo, aquel
muchacho del mojarrero
que hizo un sueño marinero
para un barco de papel..
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