domingo, 31 de diciembre de 2017

Hospital Muñiz


Señores y señoras;
oíd de este trovero
su cálida palabra
la fuerza de su verbo
amasado en el alma, 
templado en el cerebro
y vivido en las fibras
de un corazón inmenso.

Os hablo para que oigan
los hombres de talento, 
los que hacen con la pluma
y esos otros señores: 
el rumbo del progreso, 
que pululan mintiendo
para dormir seis años
sobre el dolor del pueblo.

No os hablaré en difícil
ni en decir académico;
la retórica que uso
la aprendí en el colegio 
de la vida doliente,
en mil noches de invierno
que sufrí con los otros, 
con los grandes enfermos
de la miseria humana:
los sin pan y los sin techo.

Todos oyen hablar de la miseria
del inmenso dolor de los vencidos
pero nadie les lleva una caricia
ni una dosis de aliveo.

Hay que ir a palpar, a ver de cerca
la lepra que encierran los hospicios
y después de meditar que es
el orgullo de muchos argentinos.

Hay que ir al Muñiz, a ese hospital,
helada sepultura de hombres vivos
y a ver a esos hombres que aun espantan:
enjambres de bacilos.


Cada nuevo que llega, en el portal
le sorprende la mueca de un portero,
que esgrime una guadaña poderosa
emblema de un imperio...





Sobre esas camas tan blancas
que de blancas causan miedo,
porque parecen mas bien
los ataúdes de hielo
que van a petrificar
esos miserables cuerpos, 
donde parecen verrugas
las junturas de los huesos.

Mujeres, hombres y niños
han perdido hasta la forma,
causan asco, pena y miedo, 
esos escuálidos cuerpos.

Unas enormes cabezas
sobre unos flacos pescuezos
y los brazos descamados
que se cimbran como remos,
las piernas parecen varas, 
las varas de un carro viejo
que las han hecho al descuido
llenas de nudos y pelos.

El pie ha perdido la forma
más bien parece un cangrejo
que le faltase de un lado
las uñas y el movimiento.
Los pechos parecen tarros
abollados y mugrientos
donde por cada corcova
se asoma el arco de un hueso
como lomos de tortugas 
bien cascarudos y secos.

Y como trágico emblema
de peste y odio soberbio
aún conservan el habla
los que están en movimiento.

Injurian, rezan, suplican
y claman al mismo tiempo
que despiden bocanadas
de sangre en coágulos negros.

Son los últimos pedazos
de sus pulmones deshechos, 
los últimos estertores
de secos labios, esqueletos
con almas que están bien sanas,
que anhelan seguir viviendo...

Pero es inútil, las almas
no pueden lograr su intento
cuando les falta materia
sólida y pura en el cuerpo.

Por eso clamo señores;
clamo por esos enfermos
que necesitan caricias, 
que necesitan remedios.
Un rasgo de compasión, 
una palabra de aliento...
nadie se haría más pobre
con donar un solo peso,
para socorrer en algo
a ese conjunto de enfermos.

Y si alguien que dudase
la veracidad de este hecho, 
que vaya al Muñiz, que vea,
que palpe, que juzgue y luego
que temple el alma en mi alma, 
que ajuste el verbo en mi verbo
y pregone una obra humana
de sentimientos fraternos.

Oigan bien los hombres ricos
¡con autos y muchos pesos!
Oigan las damas de alcurnia
que tienen hermosos perros,
a quienes visten y cuidan
¡como a príncipes con cetro!

¡Oigan los hombres que son
representantes del clero
y que hacen grandes colectas
a "beneficio" del pueblo.

¡En el Hospital Muñiz
necesitan los enfermos
un poco de pan y leche, 
frutas, ropas y remedio!

Para ser un poco humano
y sentir el mal ajeno
no se necesita ser
ni un anarquista soberbio,
ni un socialista fogoso, 
ni un radical con talento.

Sobra con tener conciencia,
llevar los ojos abiertos
y tener un corazón
que nos palpite en el pecho.

¡Hombres a todos invito
a ser humanos y buenos!








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