martes, 30 de marzo de 2010

Milonga



"Parece que sin largar
se cansaron en partidas"

(Martín Fierro)
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Me la he pasado en aprontes
desde el día en que nací,
aprontes para la vida
aprontes para vivir.

Me la he pasado en aprontes
afinando el encordado,
ya ni recuerdo las coplas
y hasta el canto me he olvidado.

¿Para qué te quiero, vida,
si no te alcanzo a vivir?
Si la vida no se vive
es preferible morir.

Me la he pasado en aprontes,
y ya lo dice el refrán:
"Quien tiempla mucho las cuerdas
al final no ha de cantar".

Se va viniendo la muerte
y no acabo de afinar.
Ya lo di por terminado
y no lo alcancé a empezar.

La aparecida




La retrataban despacio
los peones de aquellos días:
nerviosas las manos frías,
retinto el cabello lacio.

Trajo su esbelta belleza
de garza huraña a la estancia
cuando todo era distancia,
desolación y tristeza.

Siempre de blanco vestida
y más blanca que su traje
parecía un ángel de encaje
paseando por la avenida

y temblaba el horizonte
de las noches de verano
cuando la voz de su piano
quebraba la paz del monte.

Herida por mano aleve
poco después de casada,
murió de una puñalada
en 1909,

y al tiempo de fallecida,
como suele suceder,
se comenzó a aparecer
mucho más linda que en vida.

Nunca sabré si fue a ella
a quien vi una noche clara
pasar como si volara
por el manchón de la huella.

La rodeaba una aureola
de lumbre fosforecente
y arrastraba en el relente
el albo traje de cola.

(Otro que había conseguido
mirarla durante un trecho,
dijo que en medio del pecho
llevaba el puñal hundido).

Inquietando la vislumbre
del galpón, junto a su antiguo
piano flotaba un exiguo
brillo de piedra de alumbre,

y un mensual que no era blando
ante un potro o un cuchillo,
se tiró desde el altillo
cuando la encontró tocando.

Al despuntar los retoños
en los árboles partía;
como la melancolía
tornaba con los otoños.

Primero igual que una esencia
vaga en las habitaciones,
después con apariciones
de líquida transparencia.

A veces correr de espuma
donde el monte era más hondo,
otras descenso redondo
tan leve como de pluma,

parecía que se acercara
de atrás, y en la media vuelta,
uno rozara de suelta
cabellera con la cara.

Cuando nos fuimos seguro
que al girar la última llave,
su incierta presencia suave
debió plasmarse en lo oscuro.

Lejos de todo testigo
pasearía su alado porte
sin tocar un picaporte
ni desprender un postigo,

y saliendo por los rojos
corredores del pasado,
a solas habrá llorado
todo el dolor de sus ojos,

porque un perro que no quiso
seguirnos detrás del coche
y se quedó aquella noche
sufrió un maléfico hechizo,

y aunque llegó al día siguiente
despavorido y jadeante,
allí nomás adelante
nuestro, murió de repente.

Décimas


No puede ser que me vaya
del todo, cuando me muera;
que no quede ni la espera
detrás de la voz que calla.
No puede ser que solo haya
pan de naufragio y olvido
en este amor desmedido
que se me yergue en el pecho.
¡Si hasta en el trino deshecho
se salva el duelo del nido!

Se apagarán algún día
las lámparas de mis huesos.
Me haré nudo de regresos
y rizomas de agonía.
Seré triste geometría
de materias en derrota:
labios de sal, sangre rota,
manos cayendo y pasando...
Pero he de seguir mirando
desde el cristal de una gota.

Si en las albricias del vino
resuena el lagar, si queda
recuperada en la rueda
la infinitud del camino,
si el canto tiene un destino
y el cantor tiene un acento,
retoñará el fundamento
de este temblor descuajado
y en todo lo que he cantado
tendré pedazos de aliento.

Que si una copla adelanta
la anunciación del prodigio
se me llenan de prestigio
los ojos y la garganta.
Es tanto el amor y tanta
la luz que me corrobora
que una insistencia sonora
junta mi pulso caído
y hace que pierda sentido
la muerte que me devora.

Pongo mi infancia en canciones
y siento que me ilumina
una siesta golondrina
toda duraznos pintones.
Celebro las estaciones,
lloro su fugacidad
y al anegar de piedad
la mortaja de su gloria
me crecen en la memoria
rastrojos de eternidad.

Cuando no esté, cuando el leve
sobresalto que me ordena
se trueque en tiempo de arena
conmemorando en la nieve;
cuando en mis venas abreve
la liturgia de la flor
tal vez algún labrador
comprenda que en las gavillas
hay lágrimas de semillas
y polen de mi rumor.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Remolinos de ausencia (Estilo)



Pasó de largo y al tranco
por la reseca tapera...
Pasó con una sonrisa
como si no le doliera.

Se alzó espantao un carancho
de la dormida cumbrera
y el viento encrespó en la tarde
un remolino de ausencias.

¡Qué rancho pa estar de noche
bautizando las estrellas!,
¡qué campo con el rocío `
pa desvelar las viguelas!.

¡Qué lastima que aquél año
pudiera tanto la seca!...
Ya no le duele la herida
pero entuavía le quema.

Pasó de largo y al tranco
y se perdió por la huella,
quedó vagando en el aire
la sed de la polvadera.

El viento entró como siempre
por las paredes abiertas,
dejando por los rincones
un remolino de ausencias.

¡Qué lastima que aquél año
pudiera tanto la seca!

Coplitas al cencerro




Como el lazo y como el perro
en los trabajos de estancia
tiene la misma importancia
en la tropilla, el cencerro.

Observe'n horas silentes
apasibles y serenas
que todo cencerro suena,
de manera diferente.

Si el cencerro va colgao
a una potra es conocido,
porque no sale el sonido
con el ritmo acompasao.

De cabeza levantada
camina como perdida;
sin tirar ni una mordida
y sin bajar a la aguada.

Al atravesar la zona
donde atropellan los perros,
nos va diciendo el cencerro
que la madrina es potrona.

Al dirse haciendo el trabajo,
empieza la montarás,
como imprimiendo el compás
de su andar sobre el badajo.

Pal gaucho, ¡qué maravilla!
cuando por gaucho es tenido,
verle seguir el sonido
del cencerro a su tropilla.

Es fácil diferenciar
cuando es lerdor el sonido
que el cencerro va prendido
a una madrina de andar.

La madrina debe ser
puntiadora y obediente,
en donde quiera de el frente
y mansa más no poder.

Bien puntera y decidora
ya sea potra o de silla,
y solo por la tropilla
ser celosa y pateadora.

Si la yegua es elegida,
¡nunca de pelo tapao!,
la de pelo entreverao
ha de ser la preferida.

Porque en caso que se juya
de día saca a la legua,
por el pelo de la yegua
cual es la tropilla suya.

Si de noche se ha perdido
o con otras se embaruya,
busque lo tropilla suya
sobre el ritmo del sonido.

Yo les puedo asegurar
que en valles, montes o cimas,
no hay dos yeguas que le impriman
igual sonido al andar.

Canta el cencerro sin tregua
ante la extensión serena,
y asegún la hora suena
sobre el andar de la yegua.

En los escarpados cerros
o en las extenciones llanas,
con el fresco'e la mañana
canta más lindo el cencerro.

Y a la hora en que el vapor
de la tierra se levanta,
suena como la garganta
veladita de un cantor.

Al caer la oración marchando
suena la extención dormida,
igual que un alma perdida
que anda en el campo llorando.

Hundida en la soledad,
más agreste y campesina;
atándole la madrina
la tropilla no se va.

Sin ronda, corral ni esquina
entablados los baguales,
entran solos los bozales
cuanto agarró la madrina.




Punteo por milonga:

Deschalando a mano


Al llegar la deschalada
varias cosas se renuevan,
y uno prepara los cintos
con pedazos de arpillera.
Se pueden hacer de lona,
de cuero crudo, de suela;
con unos ganchos seguros
pa'que aguante la maleta,
donde se sabe enganchar
colocada entre las piernas
que no es fácil de arrastrar
una vez que está repleta.

Pero uno necesita
y la miseria atropella,
una lucha 'e cuatro surcos
para que valga la pena.
El deschalador pulido
de tantas chalas abiertas,
que desnuda las espigas
que caen dentro'e la maleta,
y hay varias bolsas vacías
que están esperando atentas,
pararse entre los surcos
con la ganancia'e la siembra.

Hoy seguro no se ve
¡quién arregla una maleta!
y si se habla de una "lucha"
piensan que es una "pelea".
Y la "lucha" son los surcos
que uno marca como melga.
Las chalas con las heladas
se ponen ásperas de veras
y va gastando los dedos
hasta sangrarte las yemas;
que con unto y grasa'e iguana
en pocos días se arregla.

Seguro entre surco y surco
está crecida la maleza,
donde está el "manca-potrillo",
el chamico y otras yerbas,
por más que tengas cuidado
¡seguro que te chucea!
Y ahí la grasa de gallina
pasa a ser la mejor ciencia,
pa sacarte las espinas
que hasta el güeso te lancean,
y te duele hasta el "tutano"
pero el patrón, ni se entera.

Y él solo piensa en su rancho,
que su familia lo espera,
y lejos tiene que andar
cual golondrina viajera;
pa'poder hayar conchabo
en otras tierras ajenas.
Porque en el pago, señor,
siempre el trabajo escasea.
Y el que quiere vivir bien
no debe cruzar las piernas,
y hay un refrán conocido
que "todo el que busca encuentra"...

Y así pasa el cosechero
bien mojado hasta la pera,
y al llegar al campamento
los "buenos días" trompieza,
en un mate que ahí adentro
tiene muy poquita yerba.
En un guiso sin fideos,
media dura la galleta,
tampoco tiene tabaco
como pa que se entretenga;
pero un programa en la radio
le alivia un poco las penas.

Y al pasar la temporada
lo van a encontrar de vuelta,
comprando lo que hace falta
después de pagar las cuentas,
o hacercarse hasta el boliche
con las pilchas domingueras;
o con toda su familia
alrededor de la mesa,
después de una temporada
regresa a su querencia,
cotento porque ha traido
buena plata de la cosecha.

Milonga a mi amigo fiel.


En mi largo andar y andar
un perro supe tener,
tan humano que a mi ver
solo le faltaba hablar.
Además en mi rodar
un cariño tuve yo,
pero pronto se cansó
de mi sentida pobreza
y se fue con su belleza
pero mi perro quedó.

Tuve un amigo, a quien dí
lo mejor de mi amistad,
le entregué sin falsedad
lo mejor que vive en mi.
Pero pronto comprendí
la crueldad conque pagó,
pues cobarde se llevó
mi perro en su cobardía;
él no ha vuelto todavía,
pero mi perro volvió.

Muchos amigos vinieron
otros amores también,
y por mi mal o mi bien
como vinieron se fueron.
Muchas penas me trajeron
y mi ser ensombreció,
mas la suerte tuve yo
de ver que todos pasaron
y solito me dejaron
pero mi perro quedó.

martes, 23 de marzo de 2010

La escopeta de mi abuelo.


Mi abuelo se iba a "cazar"
y preparó su escopeta,
con una buena bagueta
por dentro la entró a limpiar.
De nuevo la quiere usar
pues de tenerla guardada,
está tan amojosada
y dura como una suela,
desde que murió mi abuela
no la ha tocao para nada.

Tiene que tener mucho ojo,
revisarle bien la junta
pues dice que hasta en la punta
se le ha taponao con "mojo",
que tiene el seguro flojo
y el gatillo mueve a gatas;
que va a costar mucha plata
pa' completar esa hazaña,
si hasta con tela de araña
se le ha ensuciao la culata.

Dice que antes bien andaba
aun cuanto vivía la vieja,
sin tener ninguna queja
de vez en cuando probaba
Muchas veces gatillaba
y el tiro no le salía,
pero él que ya la entendía
de nuevo la preparaba,
entonces en cuanto gatillaba
a caño lleno escupía.

La púa que está gastada
ya no martilla como antes,
y en vez de ir pa'delante
pa'trás se vuelve arrollada.
Él le pegó una estirada
pero se quedó ahi nomás,
y tiene miedo además
de que el caño no le aguante,
y en vez de ir por adelante
le reviente por atrás.

Cuando mi joven abuelo
la tenía bien completa,
daba gusto su escopeta
entonces le andaba al pelo;
le desparramaba al vuelo
sin andar con precauciones,
en que en esas ocasiones
andaba bien el martillo,
ni bien tocaba el gatillo
saltaban las municiones.

Y antes sí que pateaba
pero mucho más que ahora,
como era tan patiadora
a veces miedo le daba;
un día juntando estaba
apretó el gatillo y ¡zas!
lo hizo caer pa'trás
y según cuenta mi abuelo,
que cuando lo vió en el suelo
le diez patadas más.

Él dice: -"Por más que sea
no tiene la fuerza de antes,
èl gatilla muy campeante
pero ya ni se mosquea.
como casi no patea
en la punta y sin cuidao,
y aunque le ha gatillao
aunque le parezca extraño,
por el olor que hechó el caño
se da cuenta que ha tirao.

Pero ni la quiere usar,
ni maltratarla tampoco;
la va a limpiar otro poco
y después la va a guardar.
No saldrá más a "cazar"
y se arrepintió enseguida;
dejó su vista tendida
sobre el verdoso paisaje,
recordando los pasajes
de su ¡escopeta querida!

lunes, 22 de marzo de 2010

En mis tiempos de jinete (Foto: Eduardo Amorim)


En mis tiempos que domé,
de esto hace unos cuantos años,
y aunque les parezca extraño
nunca he quedado de a pie.
Me acuerdo de aquella vez
que iba bajando un overo,
yo lo monté con el cuero
mirando cara pa'trás
y de pasada nomás
levanté unos huevos'e tero.

Con la cabeza escondida
pegó el primer arrancón,
y yo firme en el garrón
le aguanté la zambuyida.
Después me hizo otra venida
y picó como endiablao,
dejó el campo como arao,
se lo juro por mi abuela;
que en un rayón, con la espuela,
saqué un peludo enganchao.

Apenas venía aclarando,
lo monté por la mañana,
volví como a la semana
pero siempre jineteando.
Sacarlo del palo hachando
y eso era costumbre vieja;
se le sentían las quejas
a este overo hecho un ovillo,
mientras armaba un cigarrillo
lo espueleaba por la oreja.

Pa no pasar de lo peor,
de la espuela hice un derroche;
cuanto me agarró la noche
perdí el apadrinador.
Sólo un cuzco toreador
de cerca me acompañaba,
por ahi me lo garroneaba
y el overo se me enfurecía;
y de lejos se sentía
solo el perro que ladraba.

Por ahi se quedó parado
dando un resuello al apronte,
y conocí por el monte
que era la estancia "El Quemao";
diez leguas había andao
jineteando, ¡Virgen mía!
y en esa gaucha porfía,
sin pedir ni dar ventaja
había perdido la faja
y el perro que me seguía.

En cuanto salió la luna,
se me agrandó el condenao,
saltó varios alambraos
y atravesó una laguna.
Y yo le grité: ¡Ahijuna,
te quiero ver en la meta!,
le buscaba en la paleta
y al sentirse los chasquidos;
levantaban los volidos
los patos y gallaretas.

Al poco tiempo al overo
lo hice un pingo de silla,
y lo entablé en la tropilla
mansito como un cordero.
Carcuren si soy campero,
a través de mi'norancia,
hoy no quiero hacer jactancia
si de mi premio se trata;
no alcanzaría con la plata
de vender grandes estancias.

Miren si soy respetao,
ya no me dejan montar,
tienen miedo que al hachar
les mate algún reservao.
Allá en mi tiempo ¡cuidao!
no conocía rival,
y si a veces algún bagual
se me ha caido corcoveando:
yo he salio caminando
como perdiz del maizal.

sábado, 20 de marzo de 2010

Milonga para la lluvia

Me gusta ver cuando llueve,
pelearse a los nubarrones,
mirar como se enamoran,
las gotas en los terrones.

Me gusta prender el fuego,
y poner leche a mi cita,
pa’ que se quemen los troncos
hasta que se hagan cenizas.

No me gustan los recuerdos
que trae la tempestad:
muerte, dolor, malos trancos
que a veces tuve que dar.

Tampoco me gusta el río
que arrastra con el sembrao
que aunque no me pertenece
mis años le he dedicao.

Yo que no tengo caballo
ni perro para silbar,
mejor que mire la lluvia
para poder olvidar.

Si acaso en la madrugada
me despierto de improviso,
si ha llegado la bonanza
salgo a buscar un camino.

Me gustan y no me gustan
los versos que da la vida,
la noche no entrega nunca
camino de amanecida.

Yo que no tengo caballo
ni perro para silbar,
mejor que mire la lluvia
para poder olvidar...