viernes, 16 de julio de 2010

Pulpería


Como un pájaro caído
sobre una huella perdida
que aferrándose a la vida
intenta volver al nido,
hay un ranchito perdido
en la soledad callada.
Su quincha está desflecada
porque el viento juguetón
con un murmullo burlón
lo despeina a la pasada.

Tiene, a más de su humildad,
un corazón generoso.
Practica a diario el hermoso
don de la hospitalidad.
Mitiga su soledad
de manera transitoria
la despejada memoria
de algún viejo parroquiano
que al pasar, guitarra en mano,
suele contarle una historia.

Llegan de cuatro vientos
al puerto de su enramada
hombres de vista cansada
y de rostros polvorientos.
Aquellos son los momentos
que su alma se maravilla
al escuchar la sencilla
música de algún cencerro
o de rodajas de fierro
que acarician la gramilla.

Su dueño un vasco francés
que se propuso llegar
guardar, guardar y guardar,
para aliviar su vejez;
no es por falta de honradez,
ha de ser, nomás descuido,
cuando se encuentra metido
entre cueros de venado,
un cuero contramarcado
que un cuatrero le ha vendido.

Fortín en tiempos de guerra
y cuando volvía la paz,
era lugar de solaz
para el hombre de mi tierra.
Toda una leyenda encierra
que por siempre vivirá,
pero ella un día quizá,
en silencio, con recato,
por el bíblico mandato,
al polvo retornará.

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