Largo tropa de carretas		
atraviesa la llanura		
bajo la eterna hermosura		
de los radiantes planetas.		
Al tardo paso sujetas
de los bueyes, enfiladas,		
salvan lomas y quebradas,		
y en el trébol florecido,		
haciendo áspero ruido,		
hunden las ruedas pesadas.
Vense allí en el claroscuro		
de mil vagos resplandores,		
oscilar sus conductores		
sobre el pértigo inseguro.		
De llegar no tiene apuro	
a su rancho el picador,		
pero, músico y cantor,		
entretiene su camino		
con algún triste argentino		
que llora ausencias de amor.
La Cruz del Sud, suspendida		
sobre los campos desiertos,		
tiende los brazos abiertos		
hacia la tierra dormida.		
Y en la sombra sumergida
aquella inmensa región,		
llena de mística unción,		
por el trébol perfumada,		
está a sus plantas postrada		
como en perpetua oración.
Súbito brilla a lo lejos		
una luz... la luz maldita,		
cuya historia nunca escrita		
saben jóvenes y viejos.		
Vedla: lanza mil reflejos;
se detiene y humo exhala;		
incendia el campo; resbala		
retorciéndose maligna;		
y cada uno se persigna,		
murmurando: -«La luz mala!»
-«Es el alma de un hermano,		
que, desterrada del cielo,		
solitaria y sin consuelo		
vaga errante por el llano;		
un espíritu cristiano
de crueles ansias lleno,		
que, de la noche en el seno,		
nos ha pedido otras veces		
una cruz y algunas preces		
que lo tornen justo y bueno».	 
Así dicen, y entre tanto,		
esquivando sus destellos,		
rezan juntos todos ellos,		
olvidados ya del canto;		
y ven, trémulos de espanto,	
cómo la luz resplandece,		
y chispea, y desaparece,		
y con nueva brillantez		
ilumina, y cada vez		
más y más grande parece.
Ora se hunde en el bajío,		
ora corre por la loma,		
pero siempre avanza, y toma		
por momentos nuevo brío.		
Del horizonte sombrío	
se aproxima a cada instante,		
y hacia atrás y hacia adelante		
huyen las sombras inquietas,		
y se acerca a las carretas		
como un ojo centelleante.
Y, mientras lleno de horror,		
tras esfuerzos sobrehumanos,		
se cubre con ambas manos		
todo el rostro el picador,		
el penacho de vapor	
suelto al aire, rauda, altiva,		
rumorosa y convulsiva		
cual un potro desbocado,		
pasa hirviendo por su lado		
la veloz locomotiva.	 
¡Mal hacéis vuestro camino		
paso a paso y lentamente,		
al alcance del torrente,		
antiguo pueblo argentino!		
¡Cantad himnos al destino,
y cuando en noche serena		
brille una luz, no os dé pena,		
no temáis, criollos, por eso,		
que en las vías del progreso		
la luz mala es la luz buena!