Con la atitú decedida
del que sabe lo que quiere,
don Laurentino Cuberes
la pisó al verla tendida;
la mirada precavida
fija un momento en su mano
porque al tantiarla, baquiano
como quien en eso es ducho,
piensa: "yo he de alzarme un pucho
como hizo Fierro... mi hermano...".
Dispués que la revolió
como tantiándole'l hacha,
de la mano, en la bombacha,
la traspiración secó;
la pierna derecha echó
levemente hacia'delante;
estiró el brazo. Un instante
lo deja en el aire, quieto,
carculándole'l trayeto
a juzgar por el semblante.
Y con suavidá galana
como vuelo de paloma,
una taba'ltura toma
dende una estampa paisana.
Dos ojos, de güena gana
no le quitan la mirada,
y al agarrar la bajada
que la yeva a su destino
¡suerte! grita, Laurentino
pero endimás: ¡es clavada!
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