(Foto: Adolfo Campos)
En pagos de San Cristóbal
en la estancia "La Lucila"
apenas se acaba el día
y los campos se sosiegan
con la noche se renueva
una leyenda perdida.
Fue un día bastante fiero
de rodeo y apartada
y hubo varias rodadas
en donde cada paisano
haciendo gala'e baqueano
salía de la estaqueada.
Un solazo por la espalda
de los hombres se retoba
pero no le aflojan soba
al lomo'e la animalada
-pa'quitar la sed chupana
la vaina de la algarroba-.
Al paso de los caballos
camino a la estancia vieja
no se escucha ni una queja
de cuatro peones cansados
que se acercan muy callados
y así callados se alejan.
Pero se acaba la tarde
y el rancho ahí nomás está,
en la última claridad
un sirirí el cielo cruza
ya se vuela la lechuza
y duerme la yarará.
Desensillan y se van
rumbeando pa'l caserío,
está empezando a hacer frío
y hay picana de ñandú,
afuera está el cururú
comiéndose el bicherío.
Ya con el último mate
el viento empieza la historia
que la tranquera y la noria,
la higuera vieja y la tuna,
acunadas por la luna,
guardarán en su memoria.
Por el camino'e paraisos
se ha ido ladrando un cusco,
los criollos, jugando al truco
escuchan, desde su rancho,
que se está acercando un gaucho
al tranco de su pasuco.
Ya descuelga la cadena,
la tranquera abre pechando
el viento está amainando
bajo la noche campera
y el perro que estaba afuera
se volvió callado al patio.
El más viejo que sabía
las historias olvidadas,
al sentir al que llegaba
por el ruido del barbijo,
agarraba el crucifijo
y con él se santiguaba.
A oscuras dentro del rancho
los hombres todo sentían.
Se asomó uno que quería
entender lo que pasaba,
pues ya todo se escuchaba
pero nada se veía.
El ánima que venía
iba llegando al palenque,
con la lonja del rebenque
golpeando sobre la bota
acompañando las notas
de un estilo entre los dientes.
Sacó el freno y el pegual,
sacó bastos y encimera,
caronas y sudadera
pa'que se orearan un rato,
sacó papel y tabaco
sentao, como quien espera.
Apuntando al San Antonio,
un arroyo de los pagos,
y enfrentando al descampado,
un corral de palo a pique,
sin que naides se lo explique
tiene un bagual encerrado.
No se ha sentido jamás
pingo tan enfurecido,
que se debe haber venido
desde el fondo de un abismo,
porque es el mandinga mismo
dentro de un potro metido.
El hombre, al oír los ruidos,
se acordó de su condena.
Alzó la cabeza apenas,
preparándose pa'l duelo
y arrodillao en el suelo
se calzó las nazarenas.
Chillando, el ñacurutú,
en la rama, le avisaba
que la hora se acercaba
y aguardando hasta el final
enfiló para el corral
ande el diablo lo esperaba.
Despacio se fue acercando
al desgraciao animal,
le acomodó el bozal,
dió dos vueltas al cabresto,
mientras el pingo, molesto,
ya quería bellaquear.
Se fue a buscar las pilchas
que ya se estaban secando,
y ya las va acomodando
sobre el potro, que relincha,
cuando siente que la cincha
el aire le va quitando.
El pie ya busca el estribo
preparando la voleada
y se siente la estirada
del lomo, cuando se arquea,
y el rebenque revolea
y las espuelas se clavan.
Y ahí sale como un balazo
disparando por la huella
enloquecido atropella
con todo el cuerpo temblando
y se aleja corcoveando
abajo de las estrellas.
El rebenque no le afloja
ni al anca ni a la cabeza
y se afirma con destreza
apretando las rodillas
cuando el diablo se hace astillas
resoplando con fiereza.
Nunca un criollo habrá sentido
pelea tan de mi flor;
jamás hubo una mejor,
y aquí lo dejo afirmado,
que si el demonio es bravo,
más bravo es el domador.
De golpe y sin avisar
llega un silencio profundo
y hasta parece que el mundo
más tranquilo descansara.
Arriba, la noche clara
al hombre le marca el rumbo.
Se escucha llegar al rancho
el galope desparejo
del pingo, que de regreso,
por fin ha sido domado,
el paso lleva cansado
y va arrastrando el pescuezo.
El hombre baja de un salto
para quitar la encimera,
caronas y sudadera,
mientras se afirma despacio,
porque la tierra, allá abajo,
parece que se moviera.
Suelta al bagual, que se aleja
a su querencia, vencido,
y se escucha, por los ruidos,
que el hombre vuelve a las casas,
porque una cincha se arrastra
y se chocan los estribos.
Se escucha un silbido suave
que recorre los potreros,
después, un trote ligero
que se llega hasta el palenque:
-es el hombre, al que se siente
llamando a su parejero-.
Y ya le acomoda el freno,
y lo ensilla despacito,
porque dentro de un ratito
se irá para otra querencia,
cuando el viento, en su cadencia
acune los 'ucalitos.
Los hombres dentro del rancho
se quedarán desvelados,
porque el criollo que ha domado
no es un gaucho de esta tierra,
y al aclarar, a la yerra
irán los cuatro callados.
Porque aunque hoy se esté yendo
a buscar tierras lejanas,
al llegar la madrugada
de otro día de calor,
ya sabrán que el domador
está de vuelta mañana.
Buenos Aires, 14 de marzo de 1983.-