(Foto del payador Gabino Ezeiza)
Tiemblan las cuerdas hervidas
al imprimirlas mis dedos
es de lamento el remedo
que me convida a llorar;
y es el ¡ay! de cada nota
cual si se fuera quejando
a mí me están enseñando
cómo tengo que cantar.
Esta guitarra que toco
y tiene tanta armonía
se liga a la vida mía
por una secreta unión;
sin ella yo no podría
cantar en este momento,
como canto con su acento
lamentos del corazón.
Es de pino y en un tiempo
gallardo en una llanura
con su gigante figura
se vió en los campos crecer;
allí anidó la torcaz,
la calandria y el jilguero,
hasta el loro barranquero
llegó su rama a romper.
O las noches de tormenta
que cuando relampagueaba
de lejos se divisaba
y allí se fué a guarecer;
luego sacando un cuchillo
dejó su nombre grabado,
diciendo: -"Me has amparado
otro día he de volver".
Su piña rica y hermosa
que cuando va madurando
se va de por sí volteando
de su base alrededor;
cuántas veces el viajero
el hambre satisfacía,
cuando cansado venía
a guardarse del calor.
A esa calma que le pinta
viene el furor estupendo
de algún huracán tremendo
sus gajos a quebrantar;
él se repone de nuevo
y vuelve a elevar la frente,
más ¡oh! martirio inclemente
lo empieza a codiciar.
Viene el leñador, lo mira
con un afán receloso,
diciendo que es muy hermoso
porque lo quiere cortar;
alza la vista a su copa,
al ver su talla gigante
con su hacha en el instante
él lo empieza a desmembrar.
Golpe tras golpe le asesta
hasta que al fin ya vencido
cae al suelo el pino herido
por el leñador sagaz;
y su copa portentosa
la cual tanta sombra hacía
queda convertida al día
en un tirante no más.
Al aserrador lo vende,
éste, luego en mil fragmentos,
lo corta y vende al momento
con muy diversa intención;
para bancos, para mesas
siempre se le da el destino
y la guitarra de pino
de general condición.
Ahora objetos tan diversos
cada uno llega a su esfera,
con la guitarra pudiera
un amante seducir;
porque oyendo los acordes
de tan precioso instrumento
va explicando con su acento
lo que él tiene que decir.
No es tan fina la madera
como encierra la armonía,
la perfecta analogía
que pretendía buscar;
en mi semblante, señores,
no se nota el sufrimiento
más se comprende al momento
porque lo expreso al cantar.
Cuando te extingas o mueras
no se ha de acabar tu gloria
quedarás en la memoria
del mortal que te formó;
se ha de acordar con orgullo
el amante afortunado,
que tú le has acompañado
cuando a una reja cantó.
Tal vez diga: -"La guitarra
que tenía era tan buena
que a mí me ha causado pena
cuando la he visto romper".
Por ejemplo, si en un clavo,
antes la tenía colgada
y la cuerda se cortaba
como suele suceder.
Después al grato recuerdo
de tan precioso instrumento
convertido en mil fragmentos
te han de querer conservar;
o si te cuelgan afuera
al pasar la brisa suave
lanzarás notas al aire
con acento funeral.
Tus cuerdas enmohecidas
las irá el tiempo cortando,
y la araña irá formando
un finísimo sedal;
luego, si el dueño no muere
llega por fin ese día
de que alguna mano impía
te quiera al fuego arrojar.
Tus cenizas esparcidas
alrededor de la lumbre
tal vez en el aire zumbe
del que te quiera quemar;
una armonía que él sienta
bastante desconocida
te desprendes de la vida
pero llorando no más.
Así yo como este pino
por el mundo divagando,
a todos les voy cantando
quien me pudo acompañar;
es tan sólo la guitarra
que en mi escabroso camino
acompaña mi destino
para ayudarme a llorar.
Quién sabe si con tu suerte
te conformas todavía,
lanzando dulce armonía
y habitando en un salón:
yo creo que aunque de seda
se compone tu ornamento,
quisieras por un momento
volver a tu condición.
Y yo tras de un imposible
corro siempre apresurado
y creía haberla tocado:
sólo lo puedo soñar;
haré como tú no puedes,
volver a ser lo que he sido,
también estoy convencido
que nada puedo alcanzar.
Confórmate con tu suerte
y yo también con la mía,
tú lanzando tu armonía
vas de mi lamento en pos;
como amantes desdichados
tú gimiendo y yo llorando,
vamos el mundo cruzando
hasta perdernos los dos.
Aunque tú eres insensible
al dolor y al sufrimiento,
como la palma que al viento
hace gemir al pasar;
la mano imprime tus cuerdas
y el dolor que yo sentía,
remeda con tu armonía
lo que tengo que llorar.
Plagiando el dolor humano
van las cuerdas con tu acento,
como autómata instrumento
por extraña voluntad;
pero yo que siempre canto
todas las penas que siento,
bien se comprende al momento,
la diferencia que habrá.
Tú guardarás el secreto
de la existencia de un paria,
hasta la última plegaria
que al mundo dedicaré;
serás la fiel compañera
que conmigo irá rodando,
y en todas partes cantando
las penas que yo pasé.
Tú serás la que del lecho
colgada a la cabecera,
quedarás cuando yo muera
mirándote al expirar;
y tal vez en mi agonía,
tendiendo hasta tí mi brazo,
al dar mi último paso,
te haga una nota arrancar.