¡Las leguas que m'he tragau
con la galera de Vargas!
Como que van treinta largas
de Barracas al Salau...
Y diez más desde el Venau
que n'ues paso de los peores,
a la Posta'e Miraflores
en la laguna'e las Yeguas;
total: cuarentiséis leguas
hasta el pueblo de Dolores.
Venían después los uncales
de la Cañada 'el Vecino,
¡Mi Dios, qué flor de camino
pa rematar animales!
Unos bañaos fatales
que pasábamos por fin
a costa de gran trajin
y de embarrarnos muy mucho
pa dentrar en Ayacucho
al sonar de mi clarín.
Porque he sido mayoral
en la Estrella del Desierto,
en todito el Sur, por cierto,
empresa muy principal.
Luis Vargas, un oriental,
fue su dueño y mi patrón,
muy colorau de opinión
y hombre recto y sin engaños,
que no bien cumplí doce años
me tomó de postillón.
¡Si habrá volcau mi galera!
¡Si habré sufrido encajadas!
¡Y si habré pegau rodadas
en la cuarta delantera!
Esa es la cosa más fiera
que a uno le pueda ocurrir,
aunque peor, en mi sentir,
porque se cae como en trampa,
es toparse con el pampa
cuando ha salido a invadir.
Nunca me olvido el día aquél
que, lleno de gente el coche,
llegamos a boca'e noche
a lo de Pablo Esquivel.
Veré si de modo fiel,
pues me parece oportuno,
mis recuerdos les reúno:
veníamos del Tandil
y era pa fines de abril
del año sesenta y uno.
Yo me quería quedar...
No me gustaba la cosa
porque allá en la Barrancosa
algo me dio que pensar.
¡Era una de pasar
gamas, yeguas y avestruces
como pa hacerle hacer cruces
y llamarle la atención
al gringo más chapetón
o al criollo de menos luces!
Andaban indios, seguro,
y eso le dije al pasaje,
pero todos seguir viaje
me pidieron con apuro,
pa peor, del campo'e Goyburo
traiba un mocito quebrau;
un inglés endemoniau
se quejaba'e la demora,
y a más, venía una señora
qu'iba salir de cuidau.
Por estas razones fue,
y otras varias que me dieron,
que al cabo me convencieron
y en mala hora aflojé.
Con todo, yo me alegré
porque luna llena había,
y esto bien me suponía
con caminos superiores
poder estar en Dolores
con el aclarar del día.
Y ya caballos mudamos
sin perder un solo instante;
me acomodé en el pescante
y ya también arrancamos.
La doble zanja cruzamos
de la Posta que les hablo,
y saludando a don Pablo
que supo ser maistro d'ella,
tomamos por esa huella
como alma que lleva el diablo.
¿Quién diría que la suerte
del cristiano está suspensa
y, cuando menos se piensa,
en desgracia se convierte?
Como digo, íbamos fuerte,
meta brinco y sacudones,
yo, atento a los postillones,
el pasaje entredormido,
y galopiando tendido
nuestros ocho mancarrones.
Linda la noche, sin viento,
el campo, blanco de luna,
y las leguas, una a una,
yéndose qu'era un contento.
De pronto, y justo al momento
d'ir costeando un fachinal
que, junto al camino real,
se alzaba como una valla,
por todas parte estalla
un vocerío infernal.
Y tras él, muchos jinetes
- más de doscientos, presumo-
que se nos vienen al humo
a media rienda'e sus fletes.
Salieron como chijetes
del pajal que les decía
y con atroz gritería
a las cuartas atropellan,
y por poco no se estrellan
contra la mensajería.
¡Los indios! ¡Santos benditos!
¡Señor, no nos abandones!
¡Partían los corazones
las mujeres con sus gritos!
Y llegaron los malditos
rodeándonos con presteza,
y a favor de la sorpresa
al postillón Elizondo
¡Me lo hicieron cair redondo
de un bolazo en la cabeza!
Y no hubo más que hablar.
Quedó parau el carruaje;
había, pues, que hacer coraje
y resolverse a pelear.
El primero en empezar
fue el inglés con su fusil;
apagó como candil
a uno que montaba un bayo
y a otro bajó del caballo
con un chumbo en el cuadril.
Los infieles al ver esto
dentraron a retirarse
pa después organizarse
y venirse echando el resto.
Ya nosotros, por supuesto,
perdimos toda esperanza
porque en su afán de matanza
pasaban a la carrera
y hasta dentro'e la galera
nos llegaban con la lanza.
Para peor, armas de fuego,
solo había unas pocas buenas,
y municiones, apenas,
como se verá más luego.
Hasta el día de hoy reniego
de un balazo que le erré
con mi vieja Lafuché
a un pampa, que abajo'el brazo,
vino y me encajó un lanzazo
en cuanto me descuidé.
Con más pulso, un pasajero
que viajaba en la "berlina",
voltió con su carabina
a un chino de poncho overo.
Yo, desangrándome entero,
porque me chucearon mucho,
del pescante, sobre el pucho,
me escurrí como luz mala,
dispuesto a meterles bala
hasta el último cartucho.
¡Pero qué! No bien me asomo
deande me había atrincherau,
viene un indio condenau
y me lancea en el lomo.
Me dejé cair como plomo
e igualito que lombriz,
me fui arrastrando, en un tris
que alguno me descubriera,
y atrás de una cortadera
conseguí hacerme perdiz.
Y siguiendo mi relato,
diré qu'ntre la maciega,
a una cuadra'e la refriega
me acurruqué como un gato.
Los tiros, al poco rato,
ya no se escucharon más,
pero siguieron nomás
vibrando los alaridos
y oyéndose unos quejidos
que no olvidaré jamás.
¡Cosa triste y afligente
era estar sin hacer nada
de mientras tanto la indiada
se cebaba con mi gente!
No podía enteramente
moverme siquiera un poco,
y aunque yo nunca me apoco
esta vez fallé fierazo,
pues el dolor del lanzazo
me tenía medio loco.
También me hacía parecer
remordiendo mi conciencia,
esa terrible imprudencia,
que acababa'e cometer.
Yo nunca debí atender
los pedidos del pasaje
prestándome a seguir viaje
ansí, sin más precaución,
bajo anuncios de invasión
y en semejante paraje.
Cuando se dentró la luna,
pasada la medianoche,
del lau en que estaba el coche
no se oiba ya bulla alguna.
La indiada, pa mi fortuna,
un redepente se fue,
su galopear escuché
perdiéndose a la distancia,
hasta que me vino un ansia
y ahi no más me desmayé.
No tengo idea completa
del tiempo que estuve ansí,
hasta que al fin volví en mí
en un catre de loneta.
Me hallaba en una carreta
de la tropa de Irazú
que del Puerto del Tuyú
iba con mercadería
pa no sé qué pulpería
en la costa'e Langueyú.
Según yo me lo imagino
y lo creo de verdá,
Dios en su inmensa bondá
puso al vasco en mi camino.
Pero pa'otros el destino
se mostró por demás fiero,
como que del entrevero
según lo supe enseguida
¡No logró salir con vida
ni tan solo un compañero!
Hallaron a los finaus
-dijeron los de la tropa-
sin una pilcha de ropa
y toditos degollaus;
sus equipajes robaus
y quemada la galera...
¡No se salvó tan siquiera
del asalto, un expediente,
qu'el alcalde'e San Vicente
me pidió que le trujera!
Si no acierta por ventura
a encontrarme el capataz,
me hubiera muerto ahí nomás
tirado como basura.
Soy de buena carnadura,
y con yuyos y a su modo,
un viejo - "Miche", de apodo-
curandero cordobés,
me atendió tan bien, que al mes
estaba sano del todo.
Al Azul me fui derecho
en cuantido pude andar
para ver de interesar
al ejército del hecho.
Pero no se tomó a pecho
mi denuncia y con razón:
principiaba una función
qu'iba a terminar de prisa
con la derrota de Urquiza
en el arroyo Pavón.
Ansí con guerra civil
y el país, hech'un vivo infierno,
a la final d'ese invierno
me volví para Tandil.
Al cacique Cañumil
se culpaba por allá
de ser el mesmo quizá
que mandó el malón aquél...
También se habló de Catriel
y el viejo Calfulcurá...
Pero quienquiera que fuese,
el asunto quedó en la nada
sin castigarse a la indiada
por más que lo mereciese...
Los mesmos pampas, parece,
fueron los que'n Lobería
cautivaron a María,
la mujer de Pedro Iriarte...
pero esa es historia aparte
que les contaré otro día.